24/04/2024
09:41 AM

"El precio de una persona"

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Francisco Gómez Villela

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“Aquí no se paga por lo que se hace, sino por lo que se sabe”. Así rezaba el rótulo hecho con un crayón negro sobre un pedazo de cartón sucio y mal cortado que colgaba en una de las paredes de aquel negocio de talabartería donde acudí a que me hicieran un trabajo artesanal en cuero para un asiento.

El inmueble harto humilde, el trabajo manual exquisito.

Desde entonces he tratado de no olvidar esa frase. A simple vista parecía fuera de lugar en aquel sencillo negocio; con el tiempo entendí perfectamente el mensaje de aquellas palabras.

El dueño aclaraba que no hay que juzgar el libro por la portada. Que no valoráramos su trabajo manual y su negocio por su aspecto. Que la belleza y la calidad se llevan por dentro, aunque a primera vista no lo pareciese. Que la experiencia adquirida en el desempeño de esa actividad a lo largo de los años la manifestaba en la belleza de sus creaciones.

Y eso me hace meditar con tristeza cuántas veces en nuestras vidas hemos enarbolado ese mismo concepto, vestido de otra forma, quizá incluso con soberbia.

Lamentablemente en nuestro quehacer diario cometemos el error de dejarnos llevar por las primeras impresiones. Como jueces infalibles creemos que nuestra apreciación es veraz, única y universal. Y tendemos a menospreciar el trabajo de los demás, máxime si su actividad es en una escala menor a la que nosotros realizamos.

Llegamos incluso a tasar económicamente su trabajo, como si tuviéramos el derecho de ponerle precio a su tiempo, a su creatividad, al trabajo en el cual pone su empeño. El avasallar personas como que nos da poder. Que humillar al humilde nos da placer.

Que nosotros sí tenemos todo el derecho de valorar por lo alto nuestro trabajo llegando a hacer la prestación de nuestros servicios inaccesible a un grupo de personas, porque no tienen la capacidad económica de pagarnos.

Le ponemos precio al trabajo de los demás, pero no permitimos lo hagan con el nuestro. No caemos a la razón que también tenemos un precio.

Nuestro ego por momentos se exalta y vocifera indignado, y cuando le conviene enmudece.

Ese día en aquel taller de artesano en cuero encontré una fina combinación de creatividad, experimentado trabajo manual y gran calidad de acabado.

Pero más que eso, encontré la imagen perfecta para guardar en mi memoria, sobre la grandiosidad del desempeño humano, y el respeto por el trabajo de los demás.

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