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La degradación de la política

  • 07 septiembre 2021 /

Víctor Meza

El sistema de partidos políticos ha sufrido un serio deterioro a lo largo de casi toda América Latina. Su crisis de representatividad se asocia generalmente con una profunda crisis de la ética y la dignidad de esas agrupaciones humanas. Penetrados por las redes de la corrupción y el crimen organizado, muchos de esos sistemas de partidos, como el nuestro para el caso, han ido perdiendo gradualmente la credibilidad pública y su capacidad intrínseca para funcionar como correas de transmisión entre la sociedad y el Estado. Todos, en mayor o menor medida, han sufrido o sufren una creciente “disminución de la dignidad” de sus liderazgos y lo que eso significa: un proceso continuo y ascendente de degradación política.

El actual proceso electoral y sus manifestaciones más directas a través de las campañas proselitistas ya en marcha nos ofrecen numerosos ejemplos sobre lo que hemos afirmado. En las redes sociales, espacio abierto, entre otras cosas, para la democracia informativa y la imaginación creadora, circulan mensajes y videos que muestran con sobrado realismo los rasgos más sobresalientes de la degradación preocupante de algunos de los ya numerosos partidos políticos que ocupan el escenario nacional. Uno de esos videos muestra al presidente del partido gobernante y controversial candidato a alcalde capitalino mostrando el puño y ofreciendo trompadas a sus adversarios políticos. Con un lenguaje provocador y desafiante, el mencionado “dirigente” desafía a la oposición política, insulta, amenaza y da rienda suelta a sus complejos y bravuconadas callejeras. Su comportamiento refleja el nivel de degradación de ciertos políticos y, en este caso concreto, el de todo un partido que ha sido capaz de escoger como presidente suyo a semejante personaje.

Conozco a varios políticos militantes del partido Nacional y sé de sus capacidades y habilidades. Con algunos he cultivado la amistad y valoro sus conocimientos y responsabilidad profesional. Y por eso mismo, me pregunto con relativo asombro e incredulidad creciente: ¿cómo ha sido posible que un partido que cuenta en sus filas con no pocos profesionales calificados y reconocidos elija como su presidente a personajes como el bravucón del cuento? ¿Cuáles son las razones que explican este proceso tan acelerado y cada vez más intenso de degradación política? ¿Cuál es la trama subterránea que sostiene y alimenta la pérdida constante de credibilidad y la sensible “disminución de la dignidad” que afectan al sistema de partidos políticos en nuestro país?

Son preguntas válidas y muy pertinentes, sobre todo en momentos de campaña electoral, a pocos meses de acudir a las urnas y tener la oportunidad de producir cambios importantes en la conducción nacional. El país necesita con urgencia un cambio de rumbo y, por lo mismo, una renovación de liderazgos. Hay que devolverle a la política su extraviada majestad de arte y de ciencia, restaurar en el imaginario colectivo la confianza perdida y, a la vez, recuperar la credibilidad suficiente para darle legitimidad a la acción gubernamental y a las estructuras del poder público. Hay que revertir, en la medida de lo posible, el lamentable proceso de degradación política que sufre el actual sistema de partidos en Honduras.

En la historia contemporánea de nuestro continente hay suficientes ejemplos de la deslegitimación y evaporación institucional de partidos políticos enteros, tradicionales o no. Sistemas completos de partidos entraron en crisis en Venezuela, en Perú, en Costa Rica, en El Salvador, en México, en Colombia y en otros países más. Surgieron personajes carismáticos, revestidos de un mesianismo inesperado, surgidos del mundo del espectáculo o de los entresijos de los movimientos sociales, que irrumpieron de pronto en la escena política y, en algunos casos, lograron hacerse con el triunfo y poner en práctica sus escasos conocimientos sobre el arte de gobernar. Así aparecieron personajes siniestros como Alberto Fujimori en El Perú o Jair Bolsonaro en Brasil, para solo citar dos casos harto conocidos. Son los llamados “outsiders” de la política, los que estaban fuera del juego; pero que, al entrar en él, supieron capitalizar el descontento con los dirigentes tradicionales y ocupar los espacios vacíos creados por la degradación política del sistema.