Esta persona, evidentemente, tiene razón. En los seres humanos, la bondad o la maldad químicamente puras no existen. Los hombres y las mujeres somos capaces de los peores errores y de los peores horrores. De hecho, como alguien dijo: hemos sido capaces de crear algo tan hermoso como la música de cámara y algo tan terrible como las cámaras de gas.
Pero pensar que la imperfección humana puede servir como excusa para justificar la conducta antiética llevaría a destruir la ética misma; aseverar que la deslealtad puede excusarse a cambio de la realización de otros actos virtuosos sería negar la construcción de una correcta jerarquía de valores y convertir la aspiración a la integridad en una utopía.
La ética reconoce las debilidades de la naturaleza humana, pero no renuncia a la idea del ser humano como poseedor de valores ni desconoce su capacidad para perseguir el bien, la verdad, la belleza y la unidad, su capacidad para desarrollar una conducta coherente. Esta búsqueda de la coherencia es la que hace posible la adquisición de hábitos éticos, el desarrollo de una personalidad inclinada hacia la virtud.
El reconocimiento de la imperfección humana para lo que debe servirnos es para darnos cuenta de que debemos mantener una lucha permanente para interiorizar no solo algunos valores, sino todos los valores. La conducta ética no es una especie de bufet en el que cada uno elige el valor o la virtud que decide interiorizar o practicar. Sería un error decidirse por ser justo, pero también irresponsable o sincero pero perezoso. Habría que tener cierta disfunción conductual para aspirar a una especie de “poliedrismo” ético a una especie de “esquizofrenia moral”. Los valores y las virtudes humanas suelen estar trabadas, concatenadas unas con otras. La auténtica conducta ética no admite excepciones voluntarias.
Resultaría equivocado, por ejemplo, ejercitar la sinceridad solo con algunas personas o manifestar laboriosidad solo en determinadas circunstancias.
La incoherencia, el divorcio entre el discurso y los hechos, es lo que nos tiene en esta situación calamitosa. Se trata de decidirse por la integridad ética o por ser un trapacero más.