19/04/2024
08:40 PM

Habrá que recuperar lo perdido

Roger Martínez

Después de casi cuarenta años de trabajar en el sector educativo, en todos sus niveles, y tanto en las aulas como en su componente administrativo, estoy más que convencido que esta pandemia que se prolonga, el mayor daño lo ha causado en lo que tiene que ver con la formación de las personas, y que, este daño, es y ha sido mayor entre los niños, entre los más jóvenes.

Porque los mayorcitos y los adultos poseen la madurez y la autonomía necesarias que exige la educación virtual y, de alguna manera, ya han concluido el proceso de conformación de su personalidad y, por lo mismo, no necesitan tanto del trato personal, del contacto directo con sus formadores, del influjo benefactor de la convivencia cotidiana con aquellos que facilitan su mejora integral.

Aparte de todos los desafíos pedagógicos que ha supuesto la enseñanza-aprendizaje de asuntos cruciales como la lectura y la escritura, sin las que la aprehensión del resto de los conocimientos se imposibilita, los más pequeños se han visto privados de la interacción humana con compañeros y amigos y de una verdadera presencia de sus profesores.

Es cierto que el desarrollo de competencias intelectuales se está logrando bastante bien por medio de la teledocencia; pero no está sucediendo lo mismo con la formación volitiva, que, si somos sinceros, resulta más importante, si hablamos del desarrollo integral del ser humano.

Además, la tecnología muy difícilmente permite que las indispensables manifestaciones de afecto de los maestros hacia sus alumnos, y viceversa, sean lo suficientemente vívidas y perceptibles como para que contribuyan eficazmente a crear un clima que facilite el aprendizaje. Un niño, una niña, un adolescente, necesitan esa atención individual, personal, atenta y comprometida, comprensiva y cariñosa, que una pantalla jamás podrá transmitir.

De ahí que, una vez que sea posible el retorno a la actividad presencial en escuelas y colegios no solo habrá que preocuparse por comprobar conocimientos o medir los aprendizajes supuestamente logrados, sino que habrá que poner los medios para que esos niños, esos jovencitos que han debido estar conectados a aparatos durante más de un año, puedan recuperar lo perdido; puedan convivir, durante amplios espacios de tiempo, con sus compañeros y compañeras en un clima distendido, rico en experiencias lúdicas y en interrelación personal.

Por mucho que se haya intentado hacer de las pantallas un canal de comunicación efectivo entre las personas, la verdad es que nada sustituye a la mirada cara a cara, a la cercanía de unas manos cálidas, a la sonrisa cómplice, al suspiro en directo, al gesto aprobatorio.

Lo repito, luego de casi cuarenta años educando personas, de lo anterior estoy más que convencido, absolutamente seguro.