Pienso que una madre hace mucho más que llevarnos en su vientre por esos largos nueve meses. No tan solo nos da su respiración, comparte sus alimentos y nos ayuda a formar huesos, músculos y órganos vitales para la vida, nos da también amor. Y ese amor, que Dios pone en su corazón, es el que le hace soportar los inconvenientes del embarazo, en ocasiones náuseas y malestares, e incluso los dolores del parto. ¿Se puede pedir más?
Recuerdo los cuatro embarazos de Margarita, mi esposa. Juntos vivimos la emoción de ver gestarse una nueva vida cada vez y la sensación formidable de sentir que Dios nos daba ese privilegio. Recordamos siempre las palabras de Gibrán Jalil Gibrán, el gran pensador árabe: “Tenlo siempre presente, tus hijos no son tus hijos, son hijos e hijas de la vida. Dios los envía por tu medio, no vienen de ti, sino a través de ti”.
Los años han pasado, mis hijos crecieron y formaron sus propios hogares. Y seis nietos han hecho que nuevamente sienta la misma emoción por ese maravilloso y sorprendente acontecimiento que es la maternidad. Pienso que siempre Dios bendice a cada madre.
Cualquiera que ve un bebé sabe lo mucho que depende de ella para cosas tan esenciales como comer, dormir y ser aseado. A medida que ese bebé crece, la madre es vital para su formación.
Lo cuidará cuando esté enfermo, lo alentará cuando esté desanimado, lo aconsejará cuando haga cosas inconvenientes y lo empujará a formarse y progresar. Sí, Dios puso en cada madre una misión que agobiaría a cualquiera, pero puso también en sus corazones una gran dosis de amor para que pudieran cumplirla.
Cuando llega el mes de mayo pienso en la sabiduría de dedicar un día a la madre.
LO NEGATIVO: No comprender la magnitud de la misión de una madre.
LO POSITIVO: Dar gracias a Dios por hacernos nacer de una mujer y por dotarla del sentimiento del amor en esa maternidad.