Al hondureño lo meten al sombrero para sacarlo convertido en una paloma o de conejo lo desaparecen de un pañuelo hasta hacer de él una ilusión y así sucesivamente arrebatan su vida hasta convertirle en un espanto o leyenda urbana para luego colocar un letrero que destaca: aquí yace quien una vez fuera...
Pero bien, vamos por partes, primero a los hondureños nos ilusionaron con siete hospitales móviles, de estos todos partidos a la mitad tras quitarles el 40% de las camas porque no eran aptos para atender la magnitud del SARS-CoV-2, pero sí importados por 1.200 millones de lempiras para tal fin; y hoy, solo uno colocado como tumor en el Hospital Mario Catarino Rivas muestra destellos de atención, el resto, pues hasta ahora elefantes blancos.
Luego nos dijeron que la vacuna llegaba al país al nomás comenzar a distribuirse en el Mundo, después que el Estado hondureño tenía que comprarla porque los más poderosos en el Mundo son una especie de algo así como “la cocora” o en cánticos plebeyos como el temido hombre sin cabeza, que infunden tanto temor y espanto que no han permitido que un país como el nuestro tenga hoy al menos un millón de inmunizados.
Con cinco mil vacunas donadas por Israel intentaron remediar la situación, 48.000 dosis donadas por la Organización Mundial de la Salud, OMS, para dejar con la aguja puesta y en espera a menos de la mitad de los empleados de la Salud Pública, quienes ya angustiados esperan esa segunda dosis; pues ahora resulta que vinieron seis mil de las negociadas con Rusia, de un total de 4 millones 200 mil; bueno, hasta ahora otra ilusión por importar.
A más de un año de pandemia, Honduras sigue en quimera o ilusionada, como usted quiera definirla, ya sea como el país esperanzado, o tal cual, en la mitología clásica como un monstruo imaginario que vomitaba llamas y tenía cabeza de león, vientre de cabra y cola de dragón.
En toda esta trama hay dos cosas muy reales, palpables: que la pandemia llegó a su primer aniversario celebrando y no conmemorando que arrebató y sigue llevándose a miles de padres, abuelos, hijos, hermanos, tíos, sobrinos, a muchos amigos y tantos parientes; y la otra realidad es que en Honduras siguen vendiéndonos ilusión, eso también es real.
No hay vacuna, más que las irrigadas por goteo sin ajustar para más de 65 mil personas de 7.5 millones necesitados de volver a respirar aire puro, deseosos de retornar a vivir en paz y no descansar en paz.
Lamentablemente para los nuestros, mientras en Centroamérica la vacunación va viento en popa, acá por una semana se nos habla de la mejor red de vacunación de la región, a la siguiente semana se nos cuenta sobre la marca y las capacidades de los congeladores para almacenar las vacunas hechas a base de alma o elaboras de espíritu; luego, en los días venideros nos ilusionan con la donación de miles y miles de vacunas por parte de Juan, pues también José nos regalará, sin olvidar que doña Petrona se comprometió a mandar más, y así pasan los días de pandemia en esta ilusionada nación.
Pero aún con la hemorrágica e ilusionista importación de sueños, sigo creyendo que Honduras aún está a tiempo de ir por mejores derroteros, por lo cual cierro esta ilusión para volver a recordar una de tantas convicciones de Francisco Morazán: “Hombres que habéis abusado de los derechos más sagrados del pueblo por un sórdido y mezquino interés: Con vosotros hablo, enemigos de la independencia y de la libertad. La grandeza de un pueblo no se mide por la extensión de su territorio, sino por la dignidad y el honor de sus hijos”.