Permítame serle honesto, querido lector: no existen fórmulas maravillosas ni mágicas para alcanzar la felicidad o la plenitud. Los ajustes son buenos. Aplicar ciertas técnicas a nuestra rutina es correcto. Reemplazar firmemente el pensamiento negativo con uno positivo y agradable es, por demás, beneficioso; pero eso nunca podrá garantizar la obtención de la vida que queremos.
La Biblia nos dice por qué: “Todos andamos perdidos, como suelen andar las ovejas” (Isaías 53:6 TLA). “Nadie puede decir que tiene buenos pensamientos y que está libre de pecado” (Proverbios 20:9 TLA). “Todos tropezamos de muchas maneras” (Santiago 3:2 LBLA). Esto nos habla de maldad, imperfección y limitación. Lo que nos indica, siendo realistas, que el ser humano, por mucho que batalle, siempre tendrá “fallas en la aplicación de las técnicas” que le acarrearán desánimo, pensamientos erróneos y actos vergonzosos que causen decepción (1 Juan 1:8). Y usted podría preguntar: ¿eso quiere decir que es imposible alcanzar la felicidad y la plenitud? ¡Ciertamente que no! Hay una forma de hacerlo posible.
Jesús lo planteó así: “Cualquiera que bebe del agua de este pozo (lo terrenal y humano) vuelve a tener sed, pero el que beba del agua que yo doy nunca más tendrá sed. Porque esa agua es como un manantial del que brota vida eterna” (Juan 4:13-14). El punto no debería ser, entonces, querido lector, “obtener la vida que queremos”, sino “la que Dios quiere”, que es equivalente a verdadera felicidad y plenitud desde hoy y para siempre.