19/04/2024
06:34 PM

Jóvenes, no corran

Con el corazón lacerado por un dolor que rebasa las expresiones y extendiendo el sentimiento de mi paternidad sin consuelo, quiero dirigirme, sin excepción a todos los jóvenes del mundo.

Mimí Nasthas de Panayotti

Con el corazón lacerado por un dolor que rebasa las expresiones y extendiendo el sentimiento de mi paternidad sin consuelo, quiero dirigirme, sin excepción a todos los jóvenes del mundo.

Estas palabras las escribió Víctor Méndez Capellán, exitoso empresario de Santo Domingo, después de haber perdido a su hijo adolescente de solo 23 años de edad.


El pasado día 7 de julio, un accidente automovilístico segó la vida de mi hijo mayor. Por ello quiero hablarles a ustedes jóvenes del mundo, a quienes en esta hora de amargura infinita les siento un poco mis hijos también. Y lo hago para exhortarles a que no corran en sus automóviles, a que se sobrepongan a la tentación de la velocidad, a que conduzcan sus carros prudentemente y con cuidado. Yo les pido, jóvenes de mi país y del mundo, amparándome en esta amargura desgarrante que experimento que manejen con prudencia y con cautela. Que cuando cualquier amigo aunque lo haga de la mejor buena fe les solicite que le permitan conducir su carro, piensen que, probablemente, está deseando probar la velocidad del mismo, correrlo alocadamente, con segura exposición de la vida de ambos; porque al estar improvisando en su conducción, el riesgo adquiere proporciones enormes.


Los restos de mi hijo, que tenía 23 años, que se estaba preparando debidamente y solo le faltaban dos años para graduarse de Ingeniero Industrial, reposan ahora en el cementerio. Allí están sepultadas con ellos todas las ilusiones que me forjé sobre Víctor Miguel. Lo vi crecer, estudiar, irse formando como un hombre de bien. Y como todo padre, soñaba en un día próximo, en que al culminar sus estudios universitarios colocaría sobre sus hombros la toga de profesional y le entregaría la empresa que proyectaba para que él continuara el camino del esfuerzo y del trabajo. En cambio, el resultado ha sido bien distinto.

Los sueños se esfumaron y las ilusiones y las esperanzas han sido como un cántaro de agua que, al derramarse sobre la tierra egoísta y sedienta, ya nadie podrá jamás volver a recoger.