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Más lectura, menos internet

  • 07 septiembre 2020 /

Noé Vega

Uno de los efectos más perniciosos de esta pandemia es la necesidad que todos tenemos, por no llamarlo dependencia, del internet. Prácticamente en la actualidad no hay actividad económica, física o intelectual que no está relacionada con la tecnología, y eso, obligatoriamente, viene a complicar la situación ya compleja de nuestros estudiantes. Algo que no se puede decir solo de ellos, también de los maestros, que cada vez compiten en las horas que pasan en las redes sociales y en su tiempo cibernético.

Las evaluaciones son necesarias, pero también un informe del sector público y privado en materia de educación que nos diga cuál es el nivel de lectura de los estudiantes, pues no podemos seguir invirtiendo millones de lempiras en educación sin un pedido de cuentas que nos indiquen que esa inversión es redituable con el tiempo. Porque si partiéramos de que nuestros estudiantes escriben como hablan, en realidad ya no tendría mucho sentido tener una Real Academia de la Lengua; pero ese es uno de los grandes problemas, los estudiantes son incapaces de escribir un pequeño resumen usando su intelecto y dependiendo menos del internet.

Ante la amenaza que representa esta invasión de la tecnología, no podemos esperar los futuros estudios que nos arrojen evidencia de la relación entre rendimiento intelectual del estudiante y sus horas de internet, tenemos que comenzar a crear grupos, asociaciones y entidades que promuevan la lectura de una manera sistemática, solo así podremos crear un cierto balance saludable ante la enorme avalancha de publicidad del internet y nuestra capacidad de lectura.

De no comenzar desde ya a impulsar esta tendencia prolectura, el libro se convertirá en el acérrimo enemigo de nuestros niños y también de los maestros, apartándose de la lectura como uno de los ejercicios intelectuales más importantes en la vida de cualquier individuo. Los ensayos ya no nos sirven de mucho para medir la capacidad investigativa y de análisis de un estudiante, pues su dependencia del copiar y pegar hace que este ejercicio no cumpla la función académica y necesario volver a la lectura en toda su extensión y belleza.

Pero cómo hacerlo cuando desde todos los ámbitos se nos llama a depender de la tecnología, como hacer oposición a una tendencia que invadió hoy el campo educativo como rey y señor de las aulas, esto solo se podrá lograr en una alianza proactiva entre docentes y padres de familia, entre Estado y sociedad, pues esta falta de lectura y esta dependencia de la tecnología tiene una afectación a la sociedad y al Estado.

Ante esta amenaza de abandonar la lectura y ver el libro como enemigo, las graves debilidades como la mala ortografía y la incapacidad de escribir un pequeño ensayo con originalidad, así como la falta de juicio crítico, nos parecerán pequeñeces al lado del embrutecimiento que nos está trayendo esta nueva normalidad.