20/04/2024
01:38 AM

Sensibilidad y burocracia

Juan Ramón Martínez

De todo hay en la viña del Señor. Pero aquí, como parte de las desgracias que hemos venido acumulando, tenemos una burocracia insensible. Que, como escribiera Edilberto Espinal, olvidan quién les paga. Y no se consideran servidores públicos, sino que dueños del país. Criollos herederos de la colonia que muchos de sus líderes son orgullosos descendientes de los personajes, muy bien identificados por Severo Martínez Peláez en su libro “La patria del criollo”.

Mayra Falk, a la que le escribí, haciendo pareja con Nery Gaitán, apelando en favor de una persona amiga, nos dijo que lo atendería personalmente. Cuando le agradecí la gentileza, me dijo dos cosas: que, hasta ahora, conocía el comportamiento inconsecuente de los burócratas; y que debía escribir para motivarles para ayudarles a cambiar su conducta. Le respondí que no creía que podía hacer algo, porque no confiaba en los resultados. Le narré los casos de dos altos burócratas a los cuales presenté sus condolencias por el fallecimiento de sus cercanos familiares. Y ni siquiera me contestaron. Algunos, incluso –cosa que no le dije a Mayra Falk– cuando se disgustan frente a una crítica, por intermedio de amigos comunes, nos amenazan.

Marlen Urtecho dijo que lo que hacía era ejercer la libertad de expresión. Pero recordé a doña Mecha, formada en la “cultura” del “Cariato”, que a las altas autoridades no había que verlas de frente porque podían ofenderse. En mi defensa, le respondí, que le había desobedecido; y aceptado, más bien, las motivaciones de óscar Flores y de Adán Elvir, volviéndome crítico de las acciones gubernamentales, para mejorar las posibilidades de crear una gran nación.

El comportamiento inadecuado de la burocracia –con las excepciones que siempre hay que tener presente– no es accidental. Nada lo es. Siempre hay una causa anterior que lleva, inevitablemente, a la causa primera. Está basado en un concepto cultural equivocado: que los gobernantes –herederos de encomenderos, cobradores reales y funcionarios españoles– se sienten dueños de las tierras conquistadas por los ibéricos.

El otro concepto es que, el ingreso a la burocracia no se hace por talento e idoneidad, sino que por lealtad a los caudillos, o sacrificios en favor de los partidos. Hace un tiempo se esgrimía como pasaporte para acceder a un cargo, el sufrimiento impuesto por los adversarios. Desde 1980 hasta ahora, la democracia frágil que tenemos, nos ha producido como daño colateral, una burocracia pastelera, compuesta por figuras que, de conformidad a los períodos presidenciales, van colocándose encima de la del partido o gobernante anterior, afirmando para sostenerse, el deber lealtad a quien los llevó al cargo. Pasando por alto que pagamos sus salarios, somos los contribuyentes, porque el gobierno solo tiene el dinero que le damos los ciudadanos. Y, olvidando los compromisos nacionales.

Como la lealtad no es con Honduras, no trabajan por Honduras. Por ello no lo hacen por el pueblo sino por los caudillos que facilitaron su nombramiento.

De allí que no les interesa atender al público. Nunca están en sus oficinas, siempre en sesión y no contestan el teléfono. Imitando a óscar Flores –periodísticamente mi penúltimo maestro– tuve que escribirle a un ministro esquivo un artículo, que inmediatamente contestó, pidiéndome disculpas. Pensé, si me trata así, cómo hará con otros compatriotas más débiles que yo.

La reforma de la Policía –sin terminar– es buen paso. Hay que seguir con la que Porfirio Lobo llamara “maldita burocracia”. Si no, crecerá la corrupción, convertida en el principal obstáculo para el desarrollo. Un funcionario que no sirve para servir, no sirve para nada. Hay que desempolvar la Ley del Servicio Civil y aplicarla drásticamente.