19/04/2024
07:19 PM

Entusiasmarlos por el bien

Roger Martínez

Cuando parece que el plomo flota y el corcho se hunde; cuando da la impresión de que la honestidad es sinónimo de estupidez o, por lo menos, de bobería; cuando los aprovechados se convierten en modelos de conducta y provocan admiración, es claro que resulta urgente aficionar a los hijos al bien, entusiasmarlos por la virtud.

La formación ética de los hijos siempre ha contraído retos. Como son más hijos de los tiempos que nuestros, nunca han dejado de influir sobre ellos elementos externos al hogar que no son precisamente ejemplares.

Canallas con brillo social siempre han existido; gente que se ha enriquecido ilícitamente y les causa envidia, también.

Pero hoy, por la rapidez con que se difunden esos malos ejemplos; por su omnipresencia en las redes sociales; porque muchos de ellos son sinónimos de poder económico, de fama, de éxito, en términos exclusivamente materiales, los padres de familia debemos intensificar nuestra labor formadora para evitar que los arrastre la ola y terminemos por aportar a la sociedad un picarito más, un sinvergüenza más, otro rufián de apariencia honorable.

Antes que nada, hay que darles ejemplo de trabajo.

Los hijos deben crecer sabiendo que las cosas cuestan, que el dinero no se recoge como las hojas de los árboles al vuelo, que hay renuncias y sacrificios detrás de cada uno de los bienes que se han ido acumulando a lo largo de la vida.

No se trata de victimizarse ante ellos ni de echarles nada en cara, pero es fundamental hacerles ver que lo que se tiene no ha surgido por generación espontánea y que, por lo mismo, se debe cuidar para hacer un uso racional de los bienes poseídos y para sacarles el mayor provecho posible.

Debemos enseñarles a cuidar la ropa, a no desperdiciar la comida, a no maltratar ni ensuciar los muebles de la casa, a velar por el orden y la limpieza de los espacios compartidos y, por supuesto, de los de uso exclusivo, si los hubiera.

Hay que hacerles ver que la dignidad del trabajo no está en la mayor o menor relevancia social que tenga sino en el servicio que se preste a los demás. Así, no puede verse sobre el hombro a un obrero de la construcción o a la persona que se dedica a labores domésticas, porque las tareas que ellos desempeñan son tan necesarias como las que realiza un médico en un hospital o un financista en una entidad bancaria.

Se trata de evitar que se sientan atraídos por las conductas frívolas, por las veleidades, de muchos de los que ahora se han convertido en referentes y que no hacen más que atentar en contra de los valores, en contra la integridad moral.