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Platicar, una necesidad social

  • 10 agosto 2020 /

Parece que la vida es una plática sin fin y muchos no se habían dado cuenta, pero dentro de las cosas más valiosas que tienen en la vida están las conversaciones diarias.

Noé Vega

Parece que la vida es una plática sin fin y muchos no se habían dado cuenta, pero dentro de las cosas más valiosas que tienen en la vida están las conversaciones diarias.

Sí, esas conversaciones que a veces parecen tan triviales con el carretero que pasa por el barrio, con el tonto de la clase que cree que sabe mucho o con el más encumbrado intelectual que conocemos.

Escuchar al humilde como al orgulloso, detenerse en lo tonto y lo trivial, lo trascendente, allí radica el sabor de la vida y la más grande escuela del aprendizaje para vivir.
Hoy, a pesar de los avances tecnológicos y la diversidad de medios para comunicarnos, el ser humano nunca ha renunciado a una necesidad básica de toda sociedad, como lo es platicar; pero que hoy más que nunca extrañamos tanto y sabemos que para nosotros es una necesidad tan imperiosa como comer o dormir. Necesitamos hablar, hablar y hablar.


Es que hablar es fundamental, comunicarse con los demás es una necesidad esencial para mantener el orden y abrirse a la creatividad social. Una sociedad sin comunicación no subsistiría ni 5 minutos, hablar es una necesidad del hombre que le aporta valor a su vida en la familia, en la política y en la sociedad. Como buen observador de la realidad humana, me preguntaba qué hacía un gerente de una multinacional todas las tardes en un taller mecánico donde llevaba su vehículo todoterreno a revisión constante, qué motivaba al gerente de un banco a llegar todas las tardes, de manera asidua y puntual, sin tener un carro para reparar, y todas mis preguntas siempre reciben la misma respuesta: platicar.

Sí, platicar con los mecánicos, que no les dan una perspectiva del mercado financiero ni les informan de los últimos movimientos de la bolsa, sino que les hablan de carros, de mantenimiento y de las últimas novedades del barrio, de las peripecias de sus vidas y de la alegría que les produce ver en otros lo que no pueden encontrar en sus propias vidas.


Habla el político con su discurso, del cual no se le cree la mitad y la otra mitad se pone en duda; habla el filósofo, que cree poder interpretar los entresijos de la existencia humana, pero que parece tan perdido como cualquier otro, y habla el padre sencillo, que no conoce más que las primeras letras del abecedario, pero que cuando habla parece resumir la vida y la muerte en pocas palabras, y de todos aprendemos y de todos disfrutamos. Del político aprendemos a no mentir; del filósofo que las cosas más simples de la vida siempre son las más grandes, y del padre aprendemos que por mucho saber que tengamos la palabra del padre jamás podrá ser sustituida.


Muchos creen que cuando termine la cuarentena irán directo a comer todo lo que no han comido, a gastar todos los kilómetros que no han recorrido, pero lo cierto es que lo que más extrañamos son las pláticas con los amigos, vecino cercano, con el padre querido, y cuando todo esto termine tendremos tanto de qué hablar que no nos alcanzará la existencia para terminar la eterna conversación de la vida.