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La epidemia de la desconfianza

  • 03 agosto 2020 /

'La crisis de credibilidad y desconfianza hacia la política tradicional conllevará necesariamente una crisis de gobernabilidad'.

Noé Vega

Los hondureños cada vez creen menos en los políticos, y después del covid 19 creen mucho menos. Los últimos escándalos de corrupción cometidos en medio de la peor crisis que ha afrontado Honduras, a punto de cumplir 200 años de historia patria, amenazan con devolver al país el desasosiego social y la incertidumbre política. No es para menos. La corrupción no conoce ni fronteras ni límites, por lo que los últimos hechos de corrupción cometidos en plena pandemia dejan entrever una vez más la crueldad de la corrupción pública.

Lo inquietante de todos estos hechos es que los políticos siguen creyendo que los ciudadanos no perciben semejantes actos de corrupción, no se dan cuenta de dos cosas muy puntuales.

La primera es que tenemos una ciudadanía más consciente de sus derechos, más informada, gracias a la tecnología, de hechos que en otros tiempos hubieran pasado inadvertidos, cometidos en la más densa oscuridad del anonimato; la segunda es que nuestra endeble democracia sufrirá una crisis más profunda, sin olvidar que los caudillos que han convulsionado nuestros hermanos sudamericanos surgieron precisamente de esta crisis democrática y de esta falta de credibilidad de los políticos tradicionales.

Es decir, el caudillismo que hemos visto en América Latina surgir y decaer es una amenaza para las democracias, pero paradójicamente todos estos fenómenos han sido incubados por los políticos tradicionales y la corrupción pública, por lo que es una tarea impostergable devolverle la ética. La crisis de credibilidad y desconfianza hacia la política tradicional conllevará a una crisis de gobernabilidad, ya que cuando la corrupción ha causado tales niveles de infestación en las instituciones es difícil que la ciudadanía vuelva a confiar en la institucionalidad, a la cual se mira como parte de un engranaje que funciona solamente del lado de la corrupción.

La confianza ciudadana está muy erosionada y no es novedad que los hombres de uniforme ganen espacios ante la incapacidad que han demostrado los políticos tradicionales, creando un ambiente de civilidad y militarismo como un mal necesario para poder sostener una democracia que, cuando no encuentra vías que la legitimen ante la ciudadanía, habrá de tomar atajos para lograrlo.

El discurso político va a cambiar, como van a cambiar los que se designen como salvadores de esta epidemia de corrupción. Así que no nos extrañemos cuando escuchemos el discurso potente en contra de las institucionales claves del sistema democrático. Estemos atentos como ciudadanos, pues esta crisis de salud pronto se convertirá en una crisis del sistema democrático y, ante ello, nuestra obligación es vigilar que su renovación venga de la mano de líderes no solo con un buen discurso, sino con grandes capacidades intelectuales y sobre todo cualidades morales y éticas.