19/04/2024
12:32 AM

La loca de la casa

Roger Martínez

Teresa de Ávila, la poeta y santa del Siglo de Oro español, acostumbraba a decir que la imaginación era la loca de la casa. Se refería con ello a que, en innumerables ocasiones, le damos rienda suelta, nos hacemos composiciones de situaciones, personas y lugares que nos causan alguna inquietud o desazón, y que, por lo menos, nos hacen perder la paz y el buen humor.

Claro está que la imaginación en sí misma no puede juzgarse de mala, ya que sin ella no existirían muchas manifestaciones del arte y no habría, para el caso, literatura; pero sí es cierto que una imaginación desbocada y no sujeta a la razón puede causar incontables dificultades, también imaginarias; no obstante, causantes de pesar y preocupaciones inútiles.

En estos días de cuarentena, para el caso, bueno sería que nos dedicáramos a hacer uso de la imaginación para volvernos más creativos, para inventar algún platillo novedoso o, mejor aún, para escribir algo que tal vez no llegue a publicarse; pero que puede tener el mérito de habernos servido para expresar lo que llevamos dentro y tener así una necesaria catarsis. Pero si en lugar de hacer uso del lado bueno de la imaginación nos dedicamos a torturarnos, imaginando desgracias y padecimientos, mal acabaremos, y podría sobrevenirnos algún tipo de padecimiento del ánimo de esos que requieren del psiquiatra.

Me ha tocado, en más de una ocasión, solo para poner otro ejemplo de mal uso de la imaginación, mediar entre cónyuges cuya relación ha entrado en crisis porque, ya sea por malentendidos o por hechos comprobables; pero ya parte del pasado remoto, uno de ellos no ha sido capaz de hacer a un lado la imaginación y se cree traicionado o víctima de infidelidades absolutamente irreales. También sé de hombres y mujeres que, justo antes de concluir su jornada de trabajo, su superior inmediato les ha dicho que hay un asunto del que les gustaría hablar al día siguiente y que, esa noche, no han logrado conciliar el sueño y se han revuelto en la cama, imaginando quién sabe qué desgracias y malas noticias. Luego ha sucedido que el asunto a tratar no era de mayor entidad y más bien le traía algún beneficio laboral o personal.

De ahí que una de las batallas para alcanzar la serenidad vital consiste en mantener sujeta la bendita imaginación, soltarla para volvernos creativos en cosas que valgan la pena y atarla de nuevo cuando quiera meternos en laberintos mentales totalmente inútiles porque, aunque sea la loca de la casa, a veces dejamos que la gobierne.