En el caso italiano, tras la intervención de los obispos se produjo otra del Papa, que quitó tensión al enfrentamiento y que, quizá, está relacionada con las negociaciones para que el Vaticano reciba alguna ayuda económica por parte del estado italiano. Estoy seguro, en todo caso, de que en Italia se llegará a un acuerdo y será pronto, como se ha llegado a un acuerdo en España.
Pero lo más importante, lo que debería atraer la atención de las autoridades de la Iglesia, tanto o más que las necesarias negociaciones para la apertura al pueblo de Dios de los templos, es lo que se le va a ofrecer a los fieles cuando puedan volver a misa.
Los que vayan, desafiando el miedo al contagio, necesitarán más que nunca apoyo espiritual. Ya dije la semana pasada que el mensaje tiene que ser de unidad y no de división, y que esa unidad solo se puede lograr en torno a Cristo, a su Palabra y a la tradición, pues esas son las dos fuentes de la Revelación.
Además de eso, hay que intentar curar algunas heridas que arrastramos quizá desde siempre.
La primera de ellas es la incapacidad que tenemos para agradecer. Es una herida tan vieja como el pecado original. Nos lleva a dedicar nuestra atención a nosotros mismos, poniéndonos como centro del universo y considerando a los demás como si fueran planetas que tienen que girar alrededor del sol, que somos nosotros. Esta terrible herida nos hace fijarnos solo en lo negativo y no ver, y por lo tanto no valorar, lo bueno que hay o que ha habido en nuestra vida, sea poco o mucho.