18/04/2024
12:19 PM

Soberanía divina

  • 08 mayo 2020 /

Exceptuando a aquellos que se declaran ateos o agnósticos, el resto de las personas cree en Dios. Creer significa aceptar su existencia y que, aun cuando haya muchas cosas que no se puedan entender debido a nuestra limitación humana, sí es posible conocer algo de su persona y desarrollar una relación con Él. Asimismo, creer significa tener por cierto todo aquello que hace que Dios sea precisamente Dios, como sus atributos, por ejemplo. De no ser así, verdaderamente no se cree en Dios, sino en una especie de superhéroe, divinidad mitológica o personaje mágico de los cuentos de Disney, cuanto mucho.

La tradición cristiana enseña que Dios en sí mismo es perfecto, inmutable, todopoderoso, eterno, etc. Y dentro de la lista de atributos, uno resalta a la vista: su soberanía. ¿Por qué? Porque este, creo yo, es el atributo que le causa más problemas a aquel o aquella que cree. De ahí que tengamos creyentes preguntándose, ¿por qué me está pasando esto a mí? ¿Qué hice para recibir esto? ¿Por qué está sucediendo esto ahorita?, o cualquier otra pregunta afín. La paradoja implícita es esta: preguntarse eso es incredulidad, sobre todo si se hace de forma repetitiva o constante. La soberanía de Dios implica que Él ejerce o posee una autoridad suprema e independiente.

Si cuestionamos, pues, de manera reiterada aquello negativo que nos sobreviene, lo que hacemos en el fondo es cuestionar la voluntad de Dios, su soberanía, aludiendo con ello a una forma mejor de hacer las cosas o a que Él se equivocó (lo cual atenta también contra su perfección), por eso el consejo es seguir creyendo en Dios.

De ahí que Pablo enseñaba que la vida del creyente se vive de principio a fin por medio de la fe (Romanos 1:17). Y no se trata con esto de hacer a un lado nuestra humanidad, se trata de no darle el control de nuestra vida a la incredulidad, la cual impide que vivamos en paz.