25/04/2024
02:29 AM

Caminar en tiempos de crisis

Henry Asterio Rodríguez

El famoso filósofo Rabindranath Tagore escribió: “De cualquier modo que se llame tu espina, acéptala; es compañera de la rosa”. Somos peregrinos en este mundo, en palabras de san Agustín: “Homo viator” (hombre viajero), que no se conforman con llegar a un puerto, sino que siempre viajan, caminan o vuelan en una búsqueda existencial, que es el resultado de la inquietud del corazón humano que le impulsa hacia su Señor.

Este viaje, que es la vida, no está exento de avatares, dificultades e incluso naufragios, a los que llamamos crisis. Esta palabra, que viene del griego, significa separar, optar, juzgar. Sin duda, la humanidad se enfrenta hoy a una de las mayores crisis de su historia. Estas circunstancias nos colocan frente a encrucijadas en las que debemos elegir y dejar para poder seguir. Hacerlo no siempre es fácil, pues el dolor, el miedo o la incertidumbre rompen nuestra libertad y nublan nuestro juicio, haciéndonos correr el riesgo de estancarnos y querer apostar por lo que dejamos atrás. Ciertamente, cualquier precaución es poca para enfrentar esta pandemia, y el temor a las secuelas que ella deje no es menor. Sin embargo, hemos de evitar que la ansiedad emergente oscurezca la visión del futuro y estanque la dinámica natural del hombre a crecer y caminar.

¡No tengas miedo! Es la frase que se repite 365 veces a lo largo de la Sagrada Escritura y fue el grito profético de san Juan Pablo II en el discurso inaugural de su papado. En tiempos de crisis es esa la invitación de Cristo para el mundo, que se adentra en un futuro humanamente incierto; pero conducido por la misericordiosa mano de Dios hacia la plenitud de su historia.

¿Cómo hacerlo? La ruta no siempre es clara, pero el primer paso es la aceptación de “la espina” como parte accesoria de la “rosa” que nos ha tocado recibir. Aceptar no significa resignarse, sino convivir con una situación no buscada, con la mirada puesta en que esta no durará por siempre, ya que confiamos en que un mejor futuro nos espera. En segundo lugar, el viejo adagio “adaptarse o morir” parece ser una buena apuesta. Adaptarse a lo nuevo que aparece e integrarlo a la vida nos dinamiza, ayudándonos a no aferrarnos con dolor a lo pasado, sino que releyéndolo con gratitud nos abramos con esperanza al futuro, viviendo con responsabilidad renovada el presente.

La famosa plegaria de la serenidad del teólogo alemán Reinhold Nieburh nos revela las virtudes necesarias para alcanzar esta proeza humanamente difícil pero divinamente posible: “Señor, concédeme serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar, fortaleza para cambiar lo que soy capaz de cambiar y sabiduría para entender la diferencia”.