17/04/2024
09:24 PM

Y de pronto el mundo se detuvo...

Jorge Ramos Ávalos

“¡Paren el mundo que me quiero bajar!”, dice una frase que falsamente se le ha atribuido a Mafalda, la famosa niña de la tira cómica creada por Quino. Cuando la leí por primera vez, hace años, me daba risa por lo absurdo; pero en este 2020 el mundo, de pronto, se paró, y lo que no podemos hacer es bajarnos. Este es el único planeta que tenemos, no hay plan B, y nuestro destino, como el de todas las especies, es buscar maneras de sobrevivir.

Y lo vamos a hacer. Para el próximo año, espero, habrá una vacuna y un tratamiento para el COVID-19, la enfermedad causada por el coronavirus descubierto recientemente. Mientras tanto, como lo dijo el presidente francés, Emmanuel Macron, “estamos en guerra”. La canciller alemana, Angela Merkel, aseguró que “desde la Segunda Guerra Mundial no ha existido un reto a nuestra nación que exija tales niveles de acción común y conjunta”.

Esta es la mayor crisis de nuestra generación, nunca hemos vivido algo así.Las cosas van a empeorar antes de mejorar. El número de casos y de fallecimientos por el COVID-19 a nivel mundial sigue aumentando. Lo más grave es que, por falta de pruebas en algunos países, los casos reales son muchos más que los reportados por los cautelosos y abrumados Gobiernos. La crisis los ha sobrepasado.

La proyección más pesimista de los Centros para el Control de las Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos es que, si no se implementan acciones, podría haber entre 160 y 214 millones de estadounidenses que se contagiarían durante la epidemia, según reportó The New York Times. Y los muertos podrían ir de 200,000 a 1.7 millones de personas, pero la esperanza es que las medidas tomadas en EUA y en otras naciones empiecen pronto a surgir efecto.

A pesar de todo, hay líderes que no han estado a la altura que requiere una emergencia como esta. Cuando todavía era posible evitar una ola de contagio, el 30 de enero, el presidente estadounidense dijo: “Tenemos todo bajo control”. “Por todo lo que hemos hecho, el riesgo para los estadounidenses es muy bajo”, insistió equivocadamente el 26 de febrero. Ahora ya es demasiado tarde y hay nuevos casos reportados cada día en Estados Unidos.

El mejor consejo que he escuchado para los líderes del mundo que están enfrentando esta pandemia viene del doctor Michael Ryan, director ejecutivo del programa de emergencias sanitarias de la Organización Mundial de la Salud (OMS): “Actúa rápidamente, no te arrepientas; tienes que ser el primero en moverte”, dijo en una reciente rueda de prensa sobre el virus en Ginebra.

Continuó: “Si quieres estar seguro antes de mover, nunca vas a ganarle. [...] La velocidad es mejor que la perfección. Y el problema que tenemos es que todos tienen miedo de cometer un error, todos tienen miedo de las consecuencias de un error; pero el mayor error es no moverse”.

El verdadero problema es cuando los políticos no siguen los consejos de sus propios expertos y cuando su conducta pública no se puede presentar como un ejemplo para el resto de la población. Esos errores de liderazgo se miden en vidas.

Mientras tanto, ha desaparecido en un parpadeo cualquier idea de normalidad. Lo más humano —tocarse, saludarse, besarse, abrazarse, hacer ejercicio, reunirse, comer juntos, salir a divertirse— es poco aconsejable y, en algunos casos, hasta prohibido.

Como millones de personas en el mundo que podemos hacerlo, llevo dos semanas trabajando desde casa y por primera vez en décadas no tengo viajes pendientes.

Dan ganas de subirse a un avión y bajarse en un sitio normal, pero de esos ya no hay. Por primera vez desde mi infancia me sobra tiempo. Atrás quedaron las agendas repletas y los días que no alcanzan. Ahora, las horas pasan lentamente. Me invento horarios que no tengo que seguir porque el desayuno y la cena pueden ser en cualquier momento.

Veo a los niños en sus clases virtuales y se me rompe el corazón porque sé que tendrá que pasar mucho tiempo antes de que regresen a la escuela y vuelvan a jugar en persona con sus amigos.Y trato de proyectarle a los míos una sensación de seguridad a pesar de que, por dentro, estoy lleno de dudas e incertidumbre.