19/04/2024
02:52 PM

Hay que entender el llamado

Elisa Pineda

La pandemia por COVID-19 o coronavirus ha puesto al descubierto las debilidades del ser humano, más allá de la fragilidad de Estados y organizaciones, señalada una y otra vez a través de medios de comunicación tradicionales y nuevos.

El mundo no estaba, y tampoco lo está ahora, preparado para temas que trascienden fronteras y diferencias, y que nos hacen identificarnos en un solo grupo: humanidad.

Y como seres humanos, imperfectos, mezcla de racionalidad e instintos, modulados por la educación y condiciones de desarrollo desiguales y extremas, hemos demostrado que en el fondo -y a veces muy en la superficie- seguimos siendo básicos.

El instinto de sobrevivencia, que se activa con fuerza en momentos como este, hace que la racionalidad pase a un segundo plano, eso es evidente; además de ello, han salido a la luz las grandes miserias humanas, que no son necesariamente materiales. Veamos.

La avaricia, demostrada en quienes acaparan para sí mismos aquellos productos esenciales en una situación como esta: materiales y equipo médico, productos de limpieza, de higiene personal; alimentos y medicinas. De acuerdo, es indispensable estar preparados, pero no en exceso, quitándole a otros la posibilidad de estar igualmente preparados.

Comprar productos de más se resume en una sola palabra: acaparar. Esa acción, que solamente pueden permitirse quienes tienen cierto poder adquisitivo o acceso al crédito, deja sin opciones a quienes solamente pueden comprar lo que consumen durante un día, es decir, incrementamos la desigualdad.

La especulación: a través de la escasez provocada, que aumenta la demanda y permite el abuso, con la obtención de ganancias basadas en el aprovechamiento de las necesidades de los otros. Nuevamente, las personas de bajos recursos económicos quedan excluidas.

Pero especular -no como sustantivo, sino como verbo- tiene muchas aplicaciones más. Hacer suposiciones sobre aquello que no se conoce bien, es un tema cotidiano. De manera especial, las redes sociales aguantan con información de todo tipo, para generar incredulidad, exceso de confianza o para difundir ignorancia, como los consejos sin fundamento científico, sobre mejunjes para evitar el contagio por coronavirus.

El egoísmo: manifestado en lo descrito anteriormente, como también en no seguir instrucciones, porque de todas formas “no es asunto nuestro”. Esta miseria humana también está presente en políticos en este río revuelto, que buscan levantar perfil con acciones de bajo impacto real, pero sí mediático.

La indiferencia absoluta también es amiga del egoísmo. “No creo en eso” como consigna, ligada a no seguir instrucciones, solamente pone en riesgo a quien lo hace y a los demás.

La arrogancia: creer que estamos preparados para esto y más, que no nos va a pasar nada porque estamos blindados, nos puede alejar de la realidad, que la mayoría de las veces se encarga de sacudirnos. Está presente también en ciertos usuarios de redes sociales, orientados a criticar todo porque sí, a veces sin ningún fundamento.

Cuando pensamos que la culpa es de otros y que no nos equivocamos, nos cerramos ante la posibilidad de mejorar. El antídoto: la humildad para comprender que requerimos trabajar en conjunto en este tema que nos concierne a todos.

Que esta situación nos permita descubrir lo mejor que podemos tener: responsabilidad, respeto, solidaridad y empatía. Entendamos el llamado, debemos pensar como humanidad, compleja, pero al final, una sola, en esta enorme esfera que flota en el espacio y que probablemente continuará allí, con o sin nosotros. Hagamos conciencia.