20/04/2024
10:18 AM

Lalo Peralta, un hombre de bien

Juan Ramón Martínez

Nuestro barrio en Olanchito, en mi infancia y juventud, estaba formado por un grupo de familias, entre las que recuerdo a los Chavez, Trochez Rodríguez, Lanza Núñez, Nuñez, Soto, Yunes (después Cruz) Soto Sevilla, Garay, Torres, Romero, Rosales Urbina, ávila Ruiz, Cano, Sosa, Moya, García, Turcios Canelas, Nasser, Zavala, Guillén, Quezada y, la nuestra, los Bardales, integrada por el abuelo Victoriano Bardales y las tías Olimpia y Donatila. En 1949, en que junto con Jorge Yunes, Enrique Bardales y Vinicio Cano iniciábamos la primaria, La Ceiba y San Pedro Sula eran lugares inalcanzables. Solo las “gorgueras” iban y regresaban de La Ceiba. El hecho era reportado en los semanarios “Patria” y “Renovación”. San Pedro era más distante y pocos oímos que venían de allá.

Cuando en una tarde de juegos vimos a Lalo Peralta, de baja estatura, delgado, trigueño claro, de discreto bigote, educado y de hablar suave y con cadencias en su lenguaje que no eran comunes, nos sorprendimos. Y mucho más cuando contaron Leonel y Tita, hijos Carlos Chávez (Cuquito) y de su esposa Nila, que “vivía en San Pedro y andaba de vacaciones”. Aunque joven, pude diferenciar la ropa, los zapatos y la educación con la que trataba a todos. No era brusco, no usaba el apodo para ofender y someter a los que caían en la órbita de sus miedos e imaginarias dominaciones. Era nieto de Nanda Chávez, madre de Cuquito, que vivía en un cuarto en la parte derecha de la casa de este, colindante con la de Chabelita Núñez y en la que residía su hija Alba, casada con un estadounidense distante --míster Stevenson--, a quien solo veíamos cuando regresaba de Coyoles Central vestido de caqui y un casco malayo sobre la cabeza, huérfana de cabellos, sobre una mula de “kentucky” y al que nunca le escuché una palabra siquiera.

Lalo, en cambio, era amable, muy amigo de mis tías, con las cuales tenían cierta contemporaneidad. Eran mayores, pero mantenían cercana amistad. En esa estadía, Lalo Peralta nos visitó muchas veces y con su forma suave de conversar, sin arrogancias y exageraciones, contaba que se dedicaba al comercio en San Pedro, cosa que me impresionó sobremanera. Carlos Martínez, hijo de Tavo Soto, ahora ingeniero civil, recuerda que cuando viajó a estudiar a Tegucigalpa lo visitó en SPS y le regaló un par de zapatos y dos camisas, “muy necesarias”, refiere, evidencia de su generosidad.

Después de 1963, cuando salí de Olanchito para estudiar en la Escuela Superior en Tegucigalpa, Lalo regresó y se instaló en el barrio. Estableció un negocio, entre bar y cantina, llamado La Rueda, por lo que al final terminaron apodándole Lalo Rueda. Suave en el trato y respetuoso con sus clientes, llevó una vida sobria y ordenada. Ahora acaba de morir en su ciudad natal, tenía 94 años. Tuvo un hijo, Denis Peralta, casado con Cristian Ramos, a quienes les extiendo las muestras de pesar y solidaridad, asegurándoles que Lalo fue un hombre bueno que pasó por la vida sin hacerle mal a nadie y que no hizo otra cosa más que trabajar y servir. Su nombre y recuerdos deben honrar sus descendientes, amigos y quienes le conocimos.