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Evolución urgente

  • 24 noviembre 2019 /

Elisa Pineda

Hace algunos años era objeto de estudio la forma en que la organización ambientalista Greenpeace convocaba y tenía gran respuesta a manifestaciones alrededor del mundo, para hacer conciencia sobre temas relacionados con el daño ambiental provocado por la industria poco responsable, así como el escaso aprecio por la flora y la fauna, exacerbado por el ímpetu consumista.

En un mundo previo al uso extensivo de internet, así como del desarrollo de las redes sociales, resultaba por demás interesante el alto nivel de convocatoria, así como la manera poco usual de esas manifestaciones.

Hoy el efecto Greenpeace ya no asombra tanto; sin embargo, quizás pueda considerarse un preámbulo más cercano en el tiempo - los 80 y 90 del siglo pasado- a lo que ahora se vive alrededor del mundo.

No se trata solamente de América Latina, sino de la puesta en marcha de grandes colectivos, unidos en diferentes latitudes, por temas diversos, pero que tienen un elemento en común: el descontento social.

En nuestra región, quizás como un preámbulo a una nueva versión de Guerra Fría, las manifestaciones también se identifican con ideologías políticas.

Pero relacionar las manifestaciones como asuntos de izquierda, sería un error. Lo que encontramos ahora es la versión de nuevos ciudadanos alrededor del mundo, con la capacidad de seleccionar información de manera más libre, capaces de autoconvocarse y dar rienda suelta a su descontento.

¿Responden a intereses de derecha o de izquierda? Más allá de eso, son una respuesta al populismo, por encima de las ideologías, que no hace más que alimentar las desigualdades socioeconómicas y un descontento que muchas veces no encuentra otra vía de desahogo. Es un escenario posmodernista, que por ahora nos genera asombro e incertidumbre sobre cómo dar respuesta a la muchedumbre enardecida, llevada por la emoción colectiva.

Pocos hubiesen pensado que el “oasis” del que hablaba el presidente de Chile, Sebastián Piñera, tendría tal convulsión social. Parece que nadie está blindado, ni siquiera aquellos países cuya educación y economía parecen mejores que otros.

Esto sucede porque al final, hablamos de temas de desigualdad, de inequidad y exclusión; porque pesan mucho las percepciones, por encima de los datos duros, fríos y a veces alejados de la realidad que toca vivir a grandes mayorías.

La desigualdad, la codicia y el deseo de poder –que no tienen ideologías y cuya repartición es más democrática de lo que quisiéramos- así como la facilidad para darse cuenta de información que permite contrastarla con los hechos, han generado esta nueva versión de ciudadanos que se manifiestan, algunas veces pacíficamente, otras dando vuelco al odio. Las manifestaciones son pequeños escapes de vapor en una olla de presión. Lo que debe inquietarnos, es cómo sigue generándose presión en la olla, es decir, cómo se alimenta con más inequidad y medidas populistas.

En Honduras, especialmente, nos debe inquietar cómo se avecinan situaciones que pueden provocar mayor descontento, especialmente en los primeros meses del año que viene. La crisis migratoria, la debilidad en la retención de la inversión extranjera, la incertidumbre que restringe o perjudica la inversión local, la falta de empleo, la decadencia en servicios de salud y educación, siguen allí, en muchos casos empeorando.

Ojalá que los políticos sepan interpretar estas señales, para no encender el fuego con discursos y promesas vacías, que pueden ser un verdadero combustible a esta nueva realidad. Que reconozcan que es necesario cambiar, de la misma manera en que lo hace la población. La evolución es urgente.