24/04/2024
12:18 AM

Saber decir que no

Lo cierto es que, producto de una resistencia generalizada a madurar, hoy a la gente le cuesta más que antes aceptar un no como respuesta.

Roger Martínez

A las personas más jóvenes, a los niños, les cuesta aceptar un no. Con alguna frecuencia puede observarse en un centro comercial o en un lugar público a un padre o una madre de familia, con el rostro descompuesto, que contempla con desazón cómo su hijo pequeño, presa de una rabieta, de un capricho, llora, grita y hasta se tira al suelo, exigiendo que se le conceda una petición cuya concesión o no es oportuna o no es conveniente. En su inmadurez, el infante pide lo que le apetece y espera que se le diga sí siempre.

En la medida en que vamos creciendo, vamos cayendo en cuenta que no puede dársenos todo lo que queremos, que el bocadillo exigido atenta contra nuestra salud o que nuestros padres no cuentan con los recursos para comprar aquel juguete. Así llegamos a entender que, en muchas ocasiones, la negativa es una repuesta no deseada pero válida y que las personas que no llegan a asumir esa realidad están destinadas a vivir llenas de amargura y, como nadie es feliz ni infeliz a solas, a amargársela a los que con ellas conviven.

Lo cierto es que, producto de una resistencia generalizada a madurar, hoy a la gente le cuesta más que antes aceptar un no como respuesta. En la familia, en el trabajo, en las relaciones de amistad es cada vez más común que, ante una negativa, se acostumbre a argumentar, no siempre de la mejor manera, a escalar las peticiones, desde las más sensatas hasta las más absurdas, e, incluso, a amenazar con algún recurso legal al que ha debido comunicarla. Hoy hay hijos que están dispuestos a llevar a sus propios padres ante los tribunales, ya que les han negado un permiso o no les han comprado un celular. Y, lo peor, gracias a Dios todavía no en Honduras, juzgados que admiten semejantes aberraciones. Parece que se ha puesto de moda el “sombrereo” y, por los asuntos más nimios, más insignificantes, se amenaza con fiscales, jueces y cortes. Se ha llegado a confundir la terquedad con la perseverancia o la necedad con la longanimidad.

Y como la existencia nos coloca tantas veces ante el muro infranqueable del no, nos dedicamos a rumiar rencores o a descalificar al que no nos ha dicho que sí.

De ahí que los padres de familia, si verdaderamente deseamos que nuestros hijos sean adultos equilibrados, debemos aprender a decirles, muchas veces, que no. Así llegarán a ser hombres y mujeres realistas, sobrios e interiormente libres. Les estaremos enseñando a vivir.