19/04/2024
09:39 AM

Solo en la familia

Roger Martínez

Si somos sinceros, descarnadamente sinceros, por muy bien académicamente preparados que estemos y por muy laboriosos que seamos, al final, en el mundo del trabajo se nos valora, sobre todo, por la utilidad que prestamos, por el rendimiento, por los resultados de nuestra actividad. Incluso, puede darse que en una empresa, por intereses de cualquier tipo o por falta de empatía con el que manda, terminemos por resultar non gratos o que se nos despida por asuntos más bien subjetivos. Historias sobran.
En la vida social se da algo parecido. Si somos gente alegre, de esa que es la primera en levantarse para ponerse a bailar, o resultamos simpáticos por nuestros temas de conversación o por los chistes que contamos; si con facilidad nos convertimos en el “alma de la fiesta”, se nos invita a todo tipo de celebraciones y siempre se nos toma en cuenta. Pero si nos enfermamos o el ánimo se nos vuelve variable, si andamos con la batería baja, algo deprimidos o con la cabeza distraída en mil dificultades, corremos el riesgo que se nos borre de más de alguna lista o que, simple y sencillamente, se evite nuestra compañía. El mundo es así, nos guste o no nos guste, nos convenga o no.
En el único ámbito en el que nos valoran, nos quieren, nos aceptan, nos soportan; no importa si somos o estamos tristes o alegres, gordos o flacos, altos o chaparros, muy eficientes o extremadamente lentos, sanos o enfermos, es en nuestra casa. Y aunque haya familias con una dinámica muy mejorable, es más factible que sea ahí en donde seamos aceptados de manera incondicional, y no en la calle.
Lo que muchas veces sucede es que no tenemos clara conciencia del valor de la vida familiar, o no nos esforzamos por aportar nuestras virtudes a la convivencia cotidiana. Cometemos el error de esperar que nos quieran, nos comprendan, nos aguanten, sin dar nada a cambio. Un clima hogareño cálido y acogedor exige el concurso de cada uno de los que viven en él, porque si se espera que todo marche en armonía y se deja que los humanos vicios y defectos superen a las ya mencionadas virtudes, el clima familiar no será propicio para vivir con serenidad. En días como estos, vale la pena, vale el sacrificio, hacer el esfuerzo de pasar un tiempo, en casa, o de vacaciones, en el que se fomente el cariño, el espíritu de servicio, la preocupación por los demás. Porque si no sabemos ser felices ahí, no lo seremos en ninguna otra parte.