29/03/2024
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Metamorfosis

  • 26 septiembre 2019 /

No me refiero al famoso libro del autor checoeslovaco que describe la transformación siniestra de un hombre en un insecto. Mi pretensión descriptiva es otra, es la que tiene que ver con el curioso proceso de transformación de un partido político; es decir, una instancia humana colectiva en una especie de grupo mafioso que asalta las estructuras del Estado y las convierte en mecanismos de saqueo y robo descarado de los dineros públicos.
Este proceso de reconversión criminal solo es posible en una estructura política carente de vida democrática interna y alejada por completo de las prácticas saludables de la rendición de cuentas y el control ciudadano. Es decir, en una instancia política atravesada por el autoritarismo vertical y la subordinación acrítica de sus integrantes de base. Una asociación semejante deja de ser instrumento de la democracia en un sistema de partidos normal y moderno para convertirse en argolla criminal, núcleo mafioso al servicio de un sistema integral de hipercorrupción institucionalizada.
Todas las semanas, la sociedad hondureña se ve sorprendida por nuevos escándalos de corrupción. Como si viviéramos en una interminable secuencia de episodios cada vez más asombrosos e indignantes, los ciudadanos nos vamos acostumbrando poco a poco a la convivencia pútrida con los ladrones y saqueadores del Estado. Vamos perdiendo gradualmente nuestra capacidad de asombro y, en forma paralela, también nuestra capacidad de indignación y furia. Es como si sufriéramos un lento pero efectivo proceso de desintegración ética.
El más reciente episodio de esta telenovela repulsiva ha sido la presentación ante los tribunales del caso denominado Corrupción sobre ruedas, un título sugerente que los operadores de la lucha anticorrupción consideraron el más apropiado para calificar el enésimo expediente de atraco y saqueo contra los fondos públicos. El imaginario colectivo ha de evocar el caso aquel de un atrevido alcalde que intentó ponerle ruedas al edificio municipal para llevárselo a casa. ¡Una verdadera corrupción sobre ruedas! Hasta el momento, la mayoría de los imputados pertenece a las escalas intermedias de la burocracia o a las entusiastas filas de los activistas partidarios, revelando así la simbiosis maloliente que se genera entre el partido gobernante y la mafia burocrática que ha contaminado al Estado. He aquí una de las peores consecuencias de la práctica nociva de la politización partidaria de las instituciones.
El partido gobernante, sin importar su color político, parte y reparte el pastel estatal una vez que ha logrado ganar, por las buenas o las malas, el torneo electoral. La distribución de las cuotas se lleva a cabo tomando en cuenta la escala de jerarquías y los niveles de influencia de cada quien en la estructura gubernamental. El reparto convierte al partido en estructura cómplice dentro de una red criminal que, poco a poco, va cubriendo con su manto de corrupción todos los eslabones del aparato estatal. Comienza la extraña metamorfosis que gradualmente va transformando al partido en una asociación de cómplices, en la que sus principales jerarcas, enterados del proceso desintegrador, guardan silencio y construyen una red de alianzas y secretos para proteger y estimular el generalizado saqueo del tesoro nacional.
Esta metamorfosis contaminante deforma la esencia del partido y envenena sus funciones básicas. La original asociación libre de ciudadanos se va convirtiendo en círculo de cómplices, distorsionando su propia naturaleza y deformando su papel básico de intermediario entre la sociedad y el Estado. Cada vez, el partido se parece más a una estructura delictiva y deja de ser un instrumento de la construcción democrática.
Los miembros más honestos y respetables del partido empiezan a poner una discreta distancia con respecto a la cúpula corrupta. Sabedores de los entresijos que esconden la corrupción gubernamental se apartan prudentemente o se marginan del todo, refugiándose en la indiferencia o el abandono. El partido va quedando en las peores manos y su proceso de metamorfosis se acelera y profundiza. Eso es lo que estamos viendo en la actualidad en el escenario político nacional.
Es común afirmar que la corrupción se intensifica en la medida en que se acerca el final del régimen. El burócrata corrupto, preocupado porque se acaba el tiempo, acelera su singular proceso de acumulación por la vía de la coima, el soborno, el chantaje y el enriquecimiento ilícito. Al mismo tiempo, sin darse cuenta, el funcionario corrupto acelera también el proceso de metamorfosis que transforma a su partido en pandilla criminal. Es la dialéctica de la corrupción política.

Víctor Meza

No me refiero al famoso libro del autor checoeslovaco que describe la transformación siniestra de un hombre en un insecto. Mi pretensión descriptiva es otra, es la que tiene que ver con el curioso proceso de transformación de un partido político; es decir, una instancia humana colectiva en una especie de grupo mafioso que asalta las estructuras del Estado y las convierte en mecanismos de saqueo y robo descarado de los dineros públicos.

Este proceso de reconversión criminal solo es posible en una estructura política carente de vida democrática interna y alejada por completo de las prácticas saludables de la rendición de cuentas y el control ciudadano. Es decir, en una instancia política atravesada por el autoritarismo vertical y la subordinación acrítica de sus integrantes de base. Una asociación semejante deja de ser instrumento de la democracia en un sistema de partidos normal y moderno para convertirse en argolla criminal, núcleo mafioso al servicio de un sistema integral de hipercorrupción institucionalizada.

Todas las semanas, la sociedad hondureña se ve sorprendida por nuevos escándalos de corrupción. Como si viviéramos en una interminable secuencia de episodios cada vez más asombrosos e indignantes, los ciudadanos nos vamos acostumbrando poco a poco a la convivencia pútrida con los ladrones y saqueadores del Estado. Vamos perdiendo gradualmente nuestra capacidad de asombro y, en forma paralela, también nuestra capacidad de indignación y furia. Es como si sufriéramos un lento pero efectivo proceso de desintegración ética.

El más reciente episodio de esta telenovela repulsiva ha sido la presentación ante los tribunales del caso denominado Corrupción sobre ruedas, un título sugerente que los operadores de la lucha anticorrupción consideraron el más apropiado para calificar el enésimo expediente de atraco y saqueo contra los fondos públicos. El imaginario colectivo ha de evocar el caso aquel de un atrevido alcalde que intentó ponerle ruedas al edificio municipal para llevárselo a casa. ¡Una verdadera corrupción sobre ruedas! Hasta el momento, la mayoría de los imputados pertenece a las escalas intermedias de la burocracia o a las entusiastas filas de los activistas partidarios, revelando así la simbiosis maloliente que se genera entre el partido gobernante y la mafia burocrática que ha contaminado al Estado. He aquí una de las peores consecuencias de la práctica nociva de la politización partidaria de las instituciones.

El partido gobernante, sin importar su color político, parte y reparte el pastel estatal una vez que ha logrado ganar, por las buenas o las malas, el torneo electoral. La distribución de las cuotas se lleva a cabo tomando en cuenta la escala de jerarquías y los niveles de influencia de cada quien en la estructura gubernamental. El reparto convierte al partido en estructura cómplice dentro de una red criminal que, poco a poco, va cubriendo con su manto de corrupción todos los eslabones del aparato estatal. Comienza la extraña metamorfosis que gradualmente va transformando al partido en una asociación de cómplices, en la que sus principales jerarcas, enterados del proceso desintegrador, guardan silencio y construyen una red de alianzas y secretos para proteger y estimular el generalizado saqueo del tesoro nacional.

Esta metamorfosis contaminante deforma la esencia del partido y envenena sus funciones básicas. La original asociación libre de ciudadanos se va convirtiendo en círculo de cómplices, distorsionando su propia naturaleza y deformando su papel básico de intermediario entre la sociedad y el Estado. Cada vez, el partido se parece más a una estructura delictiva y deja de ser un instrumento de la construcción democrática.

Los miembros más honestos y respetables del partido empiezan a poner una discreta distancia con respecto a la cúpula corrupta. Sabedores de los entresijos que esconden la corrupción gubernamental se apartan prudentemente o se marginan del todo, refugiándose en la indiferencia o el abandono. El partido va quedando en las peores manos y su proceso de metamorfosis se acelera y profundiza. Eso es lo que estamos viendo en la actualidad en el escenario político nacional.

Es común afirmar que la corrupción se intensifica en la medida en que se acerca el final del régimen. El burócrata corrupto, preocupado porque se acaba el tiempo, acelera su singular proceso de acumulación por la vía de la coima, el soborno, el chantaje y el enriquecimiento ilícito. Al mismo tiempo, sin darse cuenta, el funcionario corrupto acelera también el proceso de metamorfosis que transforma a su partido en pandilla criminal. Es la dialéctica de la corrupción política.