18/04/2024
11:29 PM

El nuevo desenfreno

Salomón Melgares Jr.

El otro día se fue la luz en la ciudad. ¡El caos total! No porque la refrigeradora se apagó o porque no se podía cocinar o porque los ventiladores solo estaban de adorno. Caos porque el wifi dejó de funcionar y con ello los teléfonos inteligentes se volvieron prácticamente inservibles (pues la mayoría de aplicaciones necesitan internet para ejecutar las funciones que le son propias). Parece increíble, pero nuestras vidas están cada vez más atadas a este tipo de tecnología, por eso se puede tener el televisor encendido con una película o un partido de fútbol y nosotros con la mirada en nuestro teléfono, por eso se puede estar en una reunión con amigos o familiares y en algún momento —o desde el inicio— preferir el teléfono a conversar o relacionarse, por eso se puede estar en la misa, en la predicación o en alguna charla o conferencia y en vez de prestarle atención a la persona que está hablando se le presta al teléfono que tenemos agarrado. Y la pregunta es, ¿qué sentido tiene vivir así, renunciando a todo lo demás por el teléfono?
Pero eso no es todo. En un artículo titulado Los teléfonos inteligentes son los nuevos cigarrillos, el autor menciona que la inhabilidad de concentración de aquellos que prefieren el teléfono interfiere con la ya frágil habilidad de concentración de aquellos que no lo prefieren. Al igual que sucede con los pulmones de las personas alrededor de un fumador, los teléfonos dañan la atención y concentración de aquellos que están alrededor del usuario del teléfono inteligente. Esto secuestra nuestros sentidos, dice, y erosiona nuestra capacidad de conectarnos o de simplemente estar presentes unos con otros, destruyendo el trato y la amistad en el proceso. En pocas palabras entonces: ¡nos hemos desmandado! ¡Le hemos entregado desordenadamente el control a una cosa! Y como con toda sobredosis, una persona al borde de una rara vez se da cuenta de lo que está pasando.