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Celebración a medias

  • 08 septiembre 2019 /

Podremos celebrar plenamente, cuando quienes aprueban el presupuesto nacional los recuerden y valoren más su salud y su educación, que la compra de armas y equipamiento bélico.

Elisa Pineda

Esta semana muchos niños y niñas hondureños disfrutarán de piñatas, dulces y en algunos casos también de obsequios. Algunos, me temo que un grupo mucho mayor de lo que quisiéramos, harán por un día un alto en el duro camino, para luego volver al olvido o a tareas que no son propias para esa etapa de la vida. El día de los niños es una celebración a medias, un momento de reflexión sobre lo mucho que falta por hacer para que nuestro país sea un espacio de inclusión y respeto a sus derechos.

Podremos celebrar plenamente, cuando quienes aprueban el presupuesto nacional los recuerden y valoren más su salud y su educación, que la compra de armas y equipamiento bélico. Que los niños de esta patria puedan jugar, aunque sea con un barquito de papel, un derecho vital para su desarrollo, y no se vean obligados a trabajar, mientras se anuncia con gran alegría la compra de un barco militar, de una cifra millonaria que algunos ni siquiera podrán llegar a escribir.

Anhelo que los niños de mi patria tengan derecho a un nombre, a una identidad; que no respondan a un apodo muchas veces lesivo a su autoestima. Que los niños puedan crecer y desarrollarse en Honduras, que el abandono, la desnutrición física y de afecto sean superados; que sus manos no empuñen ni armas, ni palas, sino solamente lápices. Que las palabras de los niños estén llenas de esperanza y sueños compartidos, y no de frustraciones y dolor.

También deseo que no haya niñas teniendo hijos, que el abuso sexual, físico y psicológico a este grupo poblacional tan vulnerable no quede en secreto, sino que sea castigado con todo el peso de la ley. Que la ley sea válida para los niños y niñas, que la explotación sea castigada, que no seamos indiferentes a lo que vemos en las calles, un triste espectáculo de malabarismo infantil, mientras en la sombra esperan algunos adultos la limosna obtenida a base de vidas rotas.

Anhelo que quienes van a la escuela realmente logren aprender, que sean promovidos de un grado a otro por sus propios méritos, y no solamente porque reprobar un grado afecte las deficientes estadísticas nacionales. Que las estadísticas no sean más importantes que las personas, que las historias detrás de ellas; que los métodos de evaluación respondan a necesidades reales y no solamente a fines políticos.

Cuando pienso en los niños de Honduras, no solamente lo hago por aquellos que viven bajo mi mismo techo, sino también por aquellos que no tienen un hogar, los que no tienen momento para verse a sí mismos a futuro, porque el presente es demasiado duro para planes.
Sin duda se preguntará ¿y qué podemos hacer ante una realidad que supera la capacidad personal y muchas veces colectiva?

Quizás, en primer lugar la respuesta sea que es indispensable que aprendamos a señalar o por lo menos a no aplaudir las acciones incongruentes de nuestras autoridades; que sepamos disentir con respeto y argumentos.

En segundo lugar, que pasemos del enfoque lastimero a la acción colectiva. Si bien el Estado debe ser el garante de los derechos de todos, en este caso especialmente de la niñez hondureña, tenemos un sentido de responsabilidad compartida.

La acción de la ciudadanía no se hace esperar. Una esfuerzos con las organizaciones más cercanas: patronatos, iglesias, organizaciones no gubernamentales que buscan hacer la diferencia, si no puede apoyar con recursos económicos, aporte su tiempo. Y si decide no hacer nada, no critique a quienes sí lo hacen.

Quejarse no es suficiente. Reconocer que todos tenemos responsabilidad es un paso fundamental para cambiar. Actuemos por un único interés: que nuestra niñez tenga motivos para una celebración completa.