19/04/2024
12:32 AM

La soledad como profesión

Francisco Gómez Villela

Aquella mañana, Ernesto se disponía a abandonar la habitación de su esposa en aquel hospital privado de su ciudad donde el día anterior ella había dado a luz a su segundo hijo. Todo había salido perfecto. Ambos, su esposa e hijo, en excelentes condiciones. Después de pasar la noche allí con ellos, decidió ir a su casa a tomar un descanso y asearse. Al salir, en la entrada del hospital le sobrevino un infarto masivo y por más esfuerzos de reanimación que se hicieron, falleció.

Nosotros que ejercemos la medicina, nos enfrentamos a situaciones como esta. Historias que descomponen, que destrozan, cargadas de sentimiento, dolor y drama. En primera fila. La medicina es una profesión sumamente gratificante. Nada da más satisfacción que devolver la salud. Satisfactoria al ver que los sacrificios y esfuerzos de años de estudio rinden frutos.

Y a pesar de lo que la gente cree, no es una profesión para volverse rico. Tal vez eso era mucho antes. En la actualidad dada la inversión económica para estudiar, alto costo de los equipos médicos, la gran cantidad de colegas y el alto costo de la vida actual, es difícil enriquecerse. Pero con el tiempo de ejercicio el médico como que se da cuenta que ha dejado en el camino, en esos casos dramáticos, una parte de sí. Que no ha sido posible excluirse emocionalmente y su corazón va acumulando las marcas de esas heridas de dolor. Que su semblante se arruga cuando recuerda y vuelve a sentir el drama. Con el paso del tiempo del ejercicio profesional se adquiere una carga emocional que nos vuelve taciturnos y analíticos.

Y nos enfrenta a la certeza de la fragilidad humana. A lo efímera que una existencia puede ser. A la realidad que no existe peor drama que la pérdida de la salud.

Al hecho que no se puede aislar el profesionalismo de lo humano. Y que por mucho que queramos evitar inmiscuirnos emocionalmente con los pacientes, siempre seremos afectados. A la larga y con certeza. Antes de cualquier título somos humanos y compartimos un mismo origen divino.

Con el tiempo de ejercicio nos volveremos retraídos, tal vez nos aislemos. Han sido años de tomar decisiones sobre la vida de otras personas. Y hemos estado solos en esos momentos . Allí no hay familia ni amigos. Son decisiones de responsabilidad que pueden traer consecuencias eternas, que pueden ser de vida o muerte. Y si te equivocas te tildará de todo, sin misericordia. Y al final de este proceso el peso de tanta responsabilidad te pasa la factura. Eres otra persona, más sabia, más analítica, más consciente de la grandeza de la vida, más abrumada de la certeza de la muerte. Pero sobre todo, más solitaria.

Has visto el dolor de cerca frecuentemente. Has sufrido por otros. Has sentido impotencia en algunas situaciones. Te han llevado parte de tu vida. Y eso es algo que nadie te podrá pagar nunca.