El problema de fondo es la guerra civil postconciliar, que sigue abierta, sobre la interpretación o lectura del Concilio: la continuidad o la ruptura, la fidelidad a la Palabra y a la Tradición o la creación de una nueva Iglesia para la cual todo lo anterior es secundario y debe ser dejado de lado cuando no apoye las características de esa nueva Iglesia, hasta el punto de que ni siquiera la persona histórica de Jesús y el contenido de los relatos evangélicos o la fe en su divinidad son esenciales.
Lo primero que me ha venido a la cabeza al leer este artículo ha sido la constatación de que llevamos sesenta años de guerra civil dentro de la Iglesia, y el recuerdo de las palabras del Señor: Un reino en guerra civil no puede subsistir, se derrumba casa tras casa. Eso es lo que nos está pasando.
Lo del Instituto es una batalla más dentro de esa guerra civil, porque la nueva Iglesia sólo puede surgir sobre las cenizas de la antigua. La cuestión es si esa nueva Iglesia seguirá siendo cristiana e incluso si seguirá siendo creyente. ¿Creen en Cristo como Dios y hombre verdadero? ¿Creen en las enseñanzas de los Evangelios como algo interpretable, pero no traicionable? Más aún, ¿creen en la existencia de Dios, en la vida eterna, en el premio y el castigo final? Y la pregunta definitiva: ¿qué tendremos que hacer ante esta nueva Iglesia si, al final, decide proclamar su existencia jurídica?
Sigamos rezando, luchando y confiando. Honor a los mártires -a los que ven su honor destruido o su vida truncada- y a los confesores -los que, a pesar de todo, no renuncian a confesar su fe en la divinidad de Cristo.