20/04/2024
09:19 AM

¿Y los adultos mayores?

Envejecer es prohibido en Honduras. Tenemos fijación con la juventud, que si bien merece atención prioritaria, esta no debe ser exclusiva.

Elisa Pineda

Hay que ver hacia el futuro con esperanza, claro, pero lejos de las frases cargadas de optimismo, hay una realidad que todas las personas debemos enfrentar. El futuro implica que nos volvemos mayores; que los años tendrán su efecto y que paulatinamente seremos relevados por las nuevas generaciones, en diversas dimensiones del quehacer humano.

En Honduras da miedo envejecer, pues las posibilidades de llevar una vida digna se reducen sustancialmente con el correr de los años, ante la escasez de propuestas orientadas a este grupo poblacional, quizás porque en este momento de la historia, debido al bono demográfico en el que todavía nos encontramos, la mayoría de la población es joven, pero esa situación pasará.

Más allá de los descuentos orientados a la tercera edad, producto de una ley añeja, poco recibe atención este tema, aunque su impacto tenga una fuerte relación con otros que sí nos parecen urgentes: lucha contra la pobreza, generación de empleo digno y acceso a servicios de salud. En materia de lucha contra la pobreza, es relevante mencionar el índice de pobreza relativa, que entre otras situaciones, refleja la escasez de recursos de algunos grupos, que no son evidentes a través del indicador de pobreza absoluta.

Para comprender mejor de qué se trata un asunto complejo para quienes no somos profesionales de ciencias económicas, el índice de pobreza relativa nos permite conocer, entre otras cosas, la cantidad de personas que dependen del ingreso de un hogar. En ese sentido, no es el ingreso de las personas el que define si se encuentra o no en situación de pobreza, sino cuántas personas dependen de ese ingreso. Y allí es donde encontramos uno de los más grandes problemas en Honduras. El concepto de pobreza relativa toma en cuenta el contexto, condiciones que dificultan la cobertura de las necesidades básicas, como la inflación y la escasez de empleo, por ejemplo. En Honduras, la posibilidad de obtener un empleo para personas mayores que pasan de los 35 años se reducen sustancialmente; la oportunidad de ampliar ese rango de edad se encuentra en la educación y la formación continua, que no son fácilmente asequibles para la mayor parte de la población. De allí que sea constante encontrar hogares en los que no haya niños dependientes, pero sí adultos mayores que dependan de los ingresos de sus hijos.

Si los padres, por la razón que fuere, no lograron adquirir una casa, no pertenecían a ningún colegio profesional con planes de retiro –la mayoría insuficientes, debido a la inflación y a la devaluación de la moneda a través de los años- la dependencia es aún mayor. Los servicios de salud pública son deficientes para toda la población, pero si consideramos la necesidad de atención médica sobre asuntos específicos de los adultos mayores, la situación es aún más grave. Hay escasez de programas de atención al adulto mayor; no hay posibilidad de espacios y actividades de recreación para ellos, su salud mental también está en total descuido. Ver hacia el futuro en Honduras equivale a plantearse ¿qué pasará cuando no pueda trabajar? La respuesta raras veces es buena.

Envejecer es prohibido en Honduras. Tenemos fijación con la juventud, que si bien merece atención prioritaria, esta no debe ser exclusiva. Aunque ese grupo poblacional, el de los mayores, hoy por hoy no represente mayor caudal político -porque en este país todo se piensa en función de popularidad y votos- la atención a ellos sí impacta en toda la población.
Ver hacia el futuro sin miedo, es un tema no solo de optimismo, sino de hechos reales que nos hagan recuperar la confianza perdida, tan necesaria para recuperar la esperanza.