19/04/2024
12:11 PM

El país aparente

Una sociedad en la que la gente se entretiene, se enajena al ritmo del reguetón de escasas palabras, pero abundante vulgaridad; se burla de sí misma en redes sociales, decadente y sucia.

Elisa Pineda

En el mundo de la imagen, del juego de las percepciones, del maquillaje y el disfraz, es cada vez más complejo diferenciar entre lo real y lo ficticio; lo genuino de lo creado con fines poco claros. En ese mundo, está la historia de un país en el que muchos de sus habitantes, más allá de vivir plenamente, buscan distraerse completamente, porque la realidad es demasiado dura para enfrentarla.

Un país en el que la palabra diálogo provoca escozor; un lugar en el que en el imaginario oficial ese vocablo es sinónimo de un escenario con logotipo y pantallas, pero pobre en su contenido. Un lugar en el que la gente finge que las cosas están bien, aunque en el fondo existan más incertidumbres que certezas; donde hay que poner pensamiento y esfuerzo en el trabajo, rogando a Dios que al salir, sea posible volver a casa.

Es un espacio en el que la gente ve el futuro con dudas y temor, más que con seguridad y esperanza; de decadentes espacios de recreación alcohólica ferial, escenarios de riñas absurdas que entretienen a presentes y usuarios de redes sociales. Un lugar estancado en la mediocridad, que celebra con bombos y platillos las calificaciones no tan buenas obtenidas en economía, como buena muestra de conformidad añeja.

Una sociedad en la que la gente se entretiene, se enajena al ritmo del reguetón de escasas palabras, pero abundante vulgaridad; se burla de sí misma en redes sociales, decadente y sucia.

El reino de los zancudos que enferman y matan a la gente que no es capaz de comprender que esa triste realidad la construyen todos, no solamente el Gobierno.

Un país donde mucha gente espera a que las autoridades limpien y pocos asumen su propia responsabilidad en la construcción de un destino compartido.

Una sociedad que no ha aprendido que la salud no debe ser sinónimo de medicinas, sino de prevención de las enfermedades que es posible evitar.

Pero prevenir implica educar y justo allí es donde el panorama se ve peor. Estamos mal en “sólo” dos aspectos: cobertura y calidad. Los niños y niñas aprenden a leer –a veces-, pero no a comprender; saben recitar, pero no analizar.

La niñez y la juventud saben más nombres de canciones, que significados de nuevas palabras para incorporar en su vocabulario. No conocen los libros, pero son ávidos usuarios de YouTube.

En el país aparente, la gente está tan enfocada en parecer, que no se percata de la podredumbre que la rodea.

Adormecidas, las personas no se dan cuenta que viven en un lugar que en apariencia es un país, una democracia liviana, un bosquejo de algo que podría ser mejor. Unos creen que todo está bien; otros que todo está absolutamente mal. Pocos logran ver lo que se puede rescatar y lo que hay que cambiar.

Un lugar donde la gente no comprende que los extremos nunca son buenos, porque si bien difieren en su esencia, se asemejan en sus métodos.

En ese país aparente, ojalá que algún día la gente comprenda que ignorar la realidad no hará nunca que desaparezca; que voltear la mirada hacia otra parte solamente empeora las cosas. Ojalá en ese lugar tan cercano, la gente por fin despierte de su letargo y no sea demasiado tarde, porque el mundo real no se detiene a esperar y cada vez es más largo el camino hacia el desarrollo.