La escasa capacidad de ponernos en el lugar de otros es la que muchas veces nos lleva a pensar que algunos exageran o mienten, que el panorama desalentador del que hablan no es tal, que Honduras avanza a buen paso.
Pero esa sola fragmentación social es muestra clara de que en efecto, vivimos un evidente deterioro socio-económico.
En este mar de ideas opuestas, de confrontación casi permanente, de señalamientos y de ausencia de humildad, el más reciente mensaje de la Conferencia Episcopal de Honduras es un gran llamado de atención a centrarnos en los temas fundamentales de la agenda nacional.
Oportuno y valiente el mensaje de la Iglesia católica, que ofrece luz entre tanta oscuridad.
Es un llamado de atención por el debilitamiento del Estado de Derecho, es decir, ante el constante irrespeto de la ley y de las instituciones democráticas.Los obispos de Honduras también llaman la atención a todos, por la decadencia moral en la que se encuentra el país.
Admitámoslo: la permisividad que nos ha acompañado durante todo este tiempo, la celebración de lo burdo en temas delicados del Estado, ha sido el principal aderezo de la crisis evidente en la que vivimos. Encontrar vías de salida de esta situación llevará tiempo; resanar heridas viejas y nuevas también.
¿Cuál es el país con el que soñamos?, ¿tenemos una visión compartida sobre la Honduras que queremos tener? Particularmente me inquieta que si tenemos percepciones tan extremas, nuestros sueños sean también distantes.
Me permito compartirles mi propia Honduras soñada. Anhelo un país en el que todas las autoridades sean conscientes de su papel de servidores públicos, cuya prioridad sea el desarrollo integral del país.
Un sistema que sepa poner límites, que haga valer los mecanismos que garanticen la transparencia y la adecuada rendición de cuentas; una nación educada y saludable, gracias a servicios de alta calidad, a la atención oportuna, al enfoque en la prevención tanto como en la atención a los problemas.
Una sociedad enfocada en su propio desarrollo, más que en acrecentar sus diferencias y sus resentimientos; que sepa hacer valer sus derechos, que no haga trueque con su propio destino, que no venda su voluntad preciada a cambio de cosas cuyo único valor es el dinero.
Una sociedad que sueñe con quedarse en Honduras, porque aquí pueda encontrar el lugar adecuado en el que sus derechos sea respetados sin importar su estatus socio-económico; un país donde la ley sea aplicable a todos por igual y no solamente a los más débiles.
Sueño con una Honduras que sea algo más que un lindo paisaje que vender a los ojos extranjeros; un país que sea más que flora, fauna, playas y culturas vivas –en malas condiciones, pero vivas- de la publicidad distante de las noticias que circulan por el mundo.
Si no hacemos el ejercicio de tener sueños compartidos, aunque nos parezcan tan difíciles de hacer realidad, ¿cómo sabremos hacia donde queremos llegar? Le invito a hacer un alto en el camino para preguntar a los demás, sobre todo a los jóvenes: ¿cómo es el país con el que sueñan? Y quizás más profundamente, ¿sueñas con tu país?