25/04/2024
01:36 AM

Cada quien con su tema

Hace falta una primera condición para resolver conflictos: la conciencia de que existen y que es necesario que cada parte ceda un poco, para llevar a consensos.

Elisa Pineda

En un mismo día, los medios de comunicación reflejaban varios escenarios -las calles, una sesión del Congreso Nacional- que mostraban un asunto de fondo, que debe preocuparnos a todos los hondureños: hemos perdido la capacidad para dialogar. Es lamentable ver que no somos capaces de resolver, de anticipar crisis, de buscar puntos en común en esta Honduras cada vez más fragmentada.

En el Congreso Nacional los diputados se iban a los golpes, no para resolver, sino para dar rienda suelta a las emociones, como una cascada imparable, por un asunto delicado relacionado con la asignación de contratos, entre ellos el de la compra de un software para la base de datos de la nueva tarjeta de identidad.

Casi al mismo tiempo, las manifestaciones en las calles y carreteras del país, ante lo que muchos consideran que es una lucha por evitar la privatización de los servicios de educación y salud públicas, señalamiento que el Gobierno rechaza.

Que en toda sociedad hay desacuerdos, es una realidad insoslayable. Que las manifestaciones públicas no son asunto solamente de Honduras, también lo es. Pero la incapacidad de atender situaciones emergentes, antes de que provoquen daños irreparables para todo el país, eso sí que es asunto nuestro. Veamos.

En nuestra Honduras cada quien defiende su perspectiva de los temas -cualquiera que estos sean- a capa y espada. No existe intención de escuchar, solamente de hacer valer puntos de vista antagónicos.

Hace falta una primera condición para resolver conflictos: la conciencia de que existen y que es necesario que cada parte ceda un poco, para llevar a consensos.

Por otra parte, hacer un llamado al diálogo abierto, mientras al mismo tiempo se pone en marcha una campaña de desprestigio de las otras partes que deben conformar el diálogo solamente profundiza los resentimientos y revuelve aún más las emociones. Lo que es aún peor: incrementa la desconfianza, algo que tenemos de sobra en Honduras.

La credibilidad es el tesoro más preciado en este país. Cuando se tiene, cada persona e institución debe cuidarla al máximo, pues es muy escasa. Vivimos en la eterna sospecha, nos hemos convertido en un país de gente egoísta, del sálvese quien pueda, del temor al mañana.

No tenemos la segunda condición necesaria para resolver conflictos: el respeto entre las partes, a pesar de tener puntos de vista diferentes.

El reconocimiento del derecho a disentir, a pensar y opinar de diversas maneras, como base para el enriquecimiento de toda democracia que se precie de serlo, ha disminuido considerablemente en nuestro país.

La gobernabilidad de un país es un asunto muy serio. No podemos dejarlo de lado. Hay quienes se conforman con no escuchar ni leer noticias como vía de escape. Eso equivaldría a taparse los ojos para no ser parte del naufragio, cuando todos vamos en el mismo barco. Esperar que las respuestas siempre sean dadas por otros, no por nosotros, es un triste mal que parece no tener cura.

Ojalá que hoy, cuando este escrito se encuentre en sus manos, este sea solamente un episodio más de nuestra triste historia contemporánea, que la crisis haya sido superada y que los hondureños podamos enfocarnos en sacar adelante el país, que sea solo una lección aprendida. Pero me temo que aún pasaremos por más situaciones similares. Que nos perdonen nuestras nuevas generaciones por el caos heredado.