24/04/2024
12:27 AM

Domingo de Resurrección

Mimí Nasthas de Panayotti

Rafael Prieto R., de Plasencia, España, dice que el Hijo del Hombre nos dio todo: su ternura, su gracia, su medicina, su fuerza, su presencia y su Espíritu. Su donación fue tan grande y tan completa que se quedó vacío. “Te has hecho pobre y nos has enriquecido” (de la liturgia maronita). Y cuando ya no tenía otra cosa que darnos se dio a sí mismo, se hizo pan y vino para alimentarnos. “Tomen y coman, este es mi cuerpo, esta es mi sangre. Hagan esto en conmemoración mía”.

Si usted supiera... Si todos supiéramos... Si pudiéramos comprender. Cristo es como el piadoso pelícano que se parte a sí mismo para que lo comamos los que lo amamos. Llega a ser así alimento y medicina para los suyos. Y lo bueno de este amor de Jesús es que no es posesivo, no aniquila a la persona amada, al contrario, su amor es oblativo, se deja sacrificar, se deja comer por la persona amada. El que come el pan de Cristo se cristifica, el que bebe la sangre de Cristo se llena de la alegría de su Espíritu. Si todos supiéramos...

Cristo nos limpió con su sangre, nos salvó del pecado, nos reconcilió con su Padre. Nos sentíamos sucios, nos encontrábamos indignos, había algo muy feo en nosotros. A Cristo le hubiera bastado verter una sola gota de sangre. Hay tanta fuerza salvífica, tanto espíritu en cada gota de su sangre que no haría falta más, por eso no nos ofrece una gota de sangre para limpiarnos y salvarnos, nos regala hasta la última gota de su sangre y hace brotar de su corazón ríos de agua viva. Solo esta sangre puede limpiarnos, embellecernos, transfigurarnos... ¡Límpianos con tu sangre, Jesús!

En este Domingo de Resurrección, en este día de victoria sobre la muerte, sobre el pecado, valoremos en la medida correcta el gran sacrificio de Jesús por su pueblo y agradezcámosle generosamente con nuestra entrega, nuestro servicio y nuestro amor.