25/04/2024
03:28 PM

Dos guías

“Legado de una persona, recuerdo de la luz que dejó, bienestar que brindó y alegrías que dio”.

Francisco Gómez Villela

La forja de la personalidad es un proceso evolutivo inherente a todo individuo. Múltiples factores intervienen en incontables combinaciones.

De allí la individualidad del ser. Pero algo común a todos en esta forja es la batalla silente que se desarrolla entre lo que piensa y lo que siente. Entre el intelecto y el corazón. Sus sentimientos lo llevarán a buscar su propio camino. A escribir su historia. A ser único. Nada mal para un propósito.

Lastimosamente en el camino se encontrará con un sinnúmero de distractores a sus ideales. Será como un velo que nubla su visión. Y empezará a pensar que lo merece todo. La gratificación comenzará a tentarlo. La competencia lo angustiará. La sociedad lo obligará a aparentar.

Y dentro de si crecerá un monstruo de mil cabezas que le dirá lo que quiere oír y le creerá. Ese es su intelecto. El gran manipulador. Así, poco a poco, sus aspiraciones dejarán de ser sublimes y se volverán vanas. Ya no perseguirá su historia personal sino que buscará la aprobación de su grupo. Vivirá para impresionar. Habrá sucumbido a los encantos del ego. Y en ese momento entregará su grandiosidad y se volverá mortal. Entregará su esencia.

Y esta sería una historia muy triste de esta humanidad si no existieran ejemplos de personas que en la sencillez de sus vidas trascendieron su historia personal y lograron crear vidas armoniosas llevando bienestar y luz por donde pasaron.

Que vivieron y se brindaron en realizar sus tareas buscando la perfección y siendo partícipes de las necesidades y las vidas de otros. Personas que encontraron el exquisito gusto por la vida, dentro de ellos. Siguiendo esa vocecita interior que a todos habla, pero que solo unos pocos oyen.

Son personas que donde llegan llaman la atención porque intuitivamente son reconocidos como excepcionales. Porque miran a los ojos y hablan directo al corazón. Porque son, no fingen. Personas que en lo genuino de sus existencias dejan un ejemplo de cómo se debe vivir. Porque se vuelven inmortales a través de un legado.

Y un legado no necesariamente tiene que ser algo espectacular o fuera de serie. No tiene que ver con dinero o bienes. Legado es el recuerdo de la luz que dejó una persona. El bienestar que brindó. Las alegrías que dio. La solución que llevó.

La capacidad que tuvo de mejorar la vida de alguien. Y que lo hizo no para obtener aplausos o reconocimiento. La grandiosidad de un legado es precisamente que es involuntario, desinteresado y eterno.

Nada fácil para una disyuntiva. Intelecto o corazón. Dos guías distintos. Pero tarde o temprano hay que escoger. Ojalá y lo hagas bien. Por tu historia, por tu descendencia y por el planeta.