Cuentan que en una ocasión, un infeliz no se percató a tiempo de la presencia del rey que avanzaba golpeando el piso con su bastón. Corrió a ocultarse en un portón. Federico Guillermo apresuró el paso y lo interpeló: ¡Eh, tú!, ¿a dónde vas? El hombre, temeroso, apenas acertó a balbucir: A esta casa, Majestad. ¿Es tu casa? No, Majestad. Entonces, ¿por qué entras en ella? El hombre temió que el rey pudiera confundirlo con un ladrón: Para evitar encontrarme con usted, Majestad. ¿Y por qué me evitas? Porque le tengo miedo, su Majestad.
El rey montó en cólera. Se puso rojo de furia, y lo agarró por los hombros, lo sacudió violentamente y le gritó: “¡¿Cómo te atreves a tener miedo de mí?! ¡Yo soy tu soberano y se supone que tienes que amarme! ¡Te ordeno que me ames!” Lo que no comprendía Federico Guillermo, rey de Prusia, es que hay cosas que no pueden obtenerse mediante órdenes, por mucho poder que se tenga, hay que ganárselas.
De hecho, es uno de los absurdos en que más nos empeñamos los seres humanos. ¿Quiere algunos ejemplos? ¿Qué le parece la madre de familia que exige que su hijo sea aplicado en sus estudios? Pero ella misma pierde su tiempo frente al televisor y jamás toca un libro. ¿Conoce usted hombres que se quejan amargamente del trato en su hogar, sin tomar en cuenta su propia conducta? Y con el pensamiento del rey de Prusia, exclaman “son mí familia ¡exijo que me amen!” ¿Y el empleado indolente que quiere un aumento? “Trabajo aquí ¡exijo que me pagues bien!” ¿Y el patrón que no está dispuesto a tratarlo con un mínimo de respeto? “Te hago el favor de darte trabajo ¡exijo que lo hagas con amor!”
LO NEGATIVO: Pensar que los demás están obligados con nosotros.
LO POSITIVO: Comprender que hay cosas que no se pueden exigir, hay que ganarlas.