25/04/2024
03:42 PM

Misericordia severa

Jibsam Melgares

Esta semana me tocó enterrar a un tío político. Como siempre, cuando se enfrenta la pérdida de un familiar o de un ser querido, surge inevitablemente la necesidad de reflexionar sobre ese terrible final de la vida llamado muerte. ¿Qué sentido tiene? ¿Por qué existe? ¿Qué dice la Biblia sobre ella? Con todo respeto y consideración presentamos algunas ideas.

En primer lugar, debemos enfatizar que la muerte nunca formó parte del plan de Dios para la humanidad. Su entrada en el mundo obedece no a causas divinas sino como resultado de la rebeldía humana (Génesis 3). Pese a ello, Dios nos entiende y nos consuela cuando lloramos a nuestros seres amados, porque él mismo experimentó la muerte en carne propia. Con todo el horror y dolor que ella supone, es, como dice John Wyatt, “una salida misericordiosa a una existencia atrapada en un cuerpo pecaminoso y corrompido”. Tiene un lado positivo: es una forma extraña de sanidad para el cuerpo que está sufriendo alguna enfermedad dolorosa o los estragos de la vejez. C. S. Lewis la llamaba, “una misericordia severa”.

La muerte provee una purificación social de las personas que solo se dedican a dañar a los demás. Solo imaginemos qué hubiera pasado si la humanidad tuviera que haber sufrido un Hitler inmortal. La muerte es, además, la gran pedagoga del ser humano: le recuerda que es un ser frágil y que, por ende, necesita de la ayuda de Dios. Cuando aparece, siempre cumple algún propósito aleccionador. Cierta persona contaba que al ser sorprendido por la muerte inesperada de su padre, se dio cuenta de que no había aprovechado al máximo el tiempo con él; no había desarrollado una amistad profunda con su progenitor. De ahí que a partir de ese terrible evento tomó la decisión de no repetir ese modelo con sus hijos.

Por último, los que hemos puesto nuestra fe en Jesús debemos ver en la muerte un sentido de esperanza futura, en el reconocimiento de que al final de los tiempos ella será totalmente destruida. Para el cristiano, la muerte no es el fin, sino, en frase de Dietrich Bonhoeffer, “el principio de la vida”.