Honduras, Nicaragua, y Guatemala se enfrentan a una época crucial en su lucha de restablecer el estado de derecho como baluarte de todo sistema democrático. Los corruptos se revuelcan como fieras malheridas tratando de deshacerse de toda forma de alcance de la mano de la justicia.
En los tres países aludidos hemos observado cómo los que gobiernan se han convertido en bocetos de burdas caricaturas a través de sus imposiciones e irrespeto absoluto a la constitución de la república; la han mancillado a su antojo de manera consuetudinaria.
Nos convencemos cada vez más que las dictaduras e ilegítimos no tienen solo una descendencia ideológica, la derecha y la izquierda pueden ser tan malas por igual cuando los gobernantes cortan de raíz toda separación e independencia de poderes, tal como ocurre por estas tierras centroamericanas.
El último de los zarpazos (entre muchos en estos tres países) lo dio Jimmy Morales, titular del poder ejecutivo guatemalteco quien de tajo dejó sin valor y efecto el acuerdo del estado chapín con la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (por sus siglas CICIG); desobedeciendo con ello una resolución de la Corte Constitucional que le impedía tal locura.
Tanto es el miedo de los corruptos, que son capaces de no limitar esfuerzos en debilitar toda forma de investigación que luego se transforme en procesos que desemboquen en justicia para nuestros pueblos. Hace varios siglos, quienes cometían todo tipo de latrocinios eran los españoles quienes con el yugo opresor de la corona se llevaron las riquezas, hoy son los corruptos quienes no se sacian de desfalcar cuanta institución pública se ponga enfrente.
Daniel Ortega cierra los medios de comunicación que no se alinean cometiendo a su vez violaciones graves a los derechos humanos fundamentales, Morales con su exigua moral que languidece en el suelo, y en la Honduras de acá siendo engañados por un Estado fallido que hace tiempo perdió legitimidad. ¡Que Dios nos ayude!
