18/04/2024
09:40 PM

Gracias por siempre, ¡maestros!

Francisco Gómez Villela

En el lapso de un mes el gremio de los ginecólogos y obstetras del país se ha visto entristecido por el fallecimiento de dos de sus integrantes. El Dr. Gaspar Vallecillo Molina y el Dr. Mario Alfredo Zambrana.

Referentes absolutos y genuinos de una época de oro en el desarrollo de esta actividad. Muchas veces antagonistas en opiniones y juicios, ambos fueron pilares de acero sobre los cuales se desarrolló una forma de ejercer esta rama de la medicina. Dieron cátedra excelsa durante años en el Hospital Materno Infantil de Tegucigalpa.

El Dr. Zambrana, como el eterno director del departamento de Ginecología del Materno Infantil. A él se debe la creación del programa de posgrado de esa especialidad en la Unah. Hombre de mirada penetrante e inquisitiva, de hablar pausado y medido, investigador y coautor de capítulos de textos de ginecoobstetricia usados en escuelas de Medicina de Latinoamérica, apasionado de la fisiología de la contracción uterina. Su liderazgo se basó en el respeto, el buen trato a sus colaboradores, las normas, y búsqueda de la excelencia.

El Dr. Vallecillo fue más beligerante en su personalidad. Inconforme de las formas, intolerante con la mediocridad, voz de los que no podían hablar, director general del Hospital Escuela, fundador de la Sociedad de Medicina Perinatal de Honduras, columnista mordaz de diario El heraldo y autor de 2 libros de contenido social: Memorias del Silencio y La Honduras que me duele.

Pero su legado más importante no tiene que ver con fama o bienes. No tiene que ver con ego profesional. No tiene que ver con logros materiales.

Son referentes de una manera elegante y honorable del ejercicio de la medicina. Eran parte de una élite de profesionales a los que se les llamó maestros. De una casta en extinción. Y ese reconocimiento tiene que ver con la excelencia con la cual vistieron una profesión.

Vienen de una época donde el médico no solo era, sino que parecía. Dignos, honorables, educados, mesurados, éticos, estrictos pero no por eso menos humanos. Eran profesionales comprometidos con su papel de sanadores. Mantenían la distancia justa que la profesión ameritaba. Cuidaban mucho su imagen y desligaban su profesión de sus vidas particulares. Por donde pasaban eran reconocidos con respeto. Venían de una época donde la medicina era vocación y no negocio. Donde se respetaba la edad, la experiencia y la jerarquía. Fueron un ejemplo para los que nos forjamos con ellos. Nos enseñaron a ser médicos.

Era un placer acompañarlos en sus visitas matutinas en sus salas de hospitalización del Materno Infantil. Una mezcla de terror y admiración. Un “no se” a una de sus preguntas era una ignominia. Rígidos, inquisitivos, exigentes. Eran un espectáculo de ejecutoria. Fue un honor caminar a su lado y aprender de ellos.

Las universidades actualmente han olvidado ese pequeño detalle en la formación de los médicos. Olvidaron la parte formativa humana, se limitan a lo científico. No caen a la razón que no se trata solo de dar títulos. Que involucra una gran responsabilidad el formar profesionales de calidad conscientes de su papel en la sociedad. Así era antes. Así debería ser ahora.

Ese fue el legado del Dr. Zambrana y el Dr. Vallecillo. El orgullo de su recuerdo por el impecable ejemplo de vida profesional y por su remarcable influencia en la formación de generaciones de médicos y ginecólogos. El orgullo para sus familias, sus amistades, sus pacientes. Y el tiempo pasará, pero sus nombres siempre serán pronunciados con respeto y honor.

Probablemente ese sea el sentido de la vida. Trascender la propia existencia. Dejar una buena historia. Gracias por siempre, ¡maestros!