19/04/2024
12:32 AM

Desafíos pendientes

Elisa Pineda

Mientras seguimos enfrascados -y tal vez un poco entretenidos- con los escándalos de corrupción, Honduras está sumergida en un mar de grandes desafíos que debemos resolver, para construir un mejor país. Quizás hacer frente a esas grandes situaciones que es preciso mejorar, al mismo tiempo que la necesaria depuración de las instituciones sea también un enorme reto, pues lamentablemente el mundo no se detiene a esperar a que hagamos un alto.

En lo económico, lograr una mayor agilidad administrativa, la seguridad que otorga un marco regulatorio claro y una política fiscal equilibrada, son temas que impactan directamente en la atracción de nuevas inversiones y la retención de las existentes.

Mientras no logremos mejoras sustanciales, difícilmente la economía podrá crecer al ritmo requerido que permita generar las oportunidades de empleo para una vida digna para la población. Hoy por hoy, los jóvenes –población entre 18 y 30 años- generan la mayor presión en este sentido; sin embargo, no basta con resolver los problemas actuales, sino de repensarnos en un futuro no tan distante, cuando dicha población envejezca.

Envejecer en Honduras es casi un pecado. No existe una cultura de la inclusión del adulto mayor –sí, aquí se considera mayores a quienes pasan de los 35 años- en la vida productiva. Se valora poco la experiencia, interesa más el conocimiento de la tecnología que la aplicación de lo conceptual.

Es indispensable reconocer que la mezcla generacional es la que nos ofrece mayor riqueza, al combinar las capacidades y destrezas de cada grupo. No debemos esperar a que estas nuevas generaciones se conviertan en adultos mayores para trabajar en ello. Todo tiene impactos directos en lo social.

La fragilidad del tejido social debido a problemas como la desintegración familiar provocada por la paternidad irresponsable, la falta de oportunidades que alienta la migración irregular, la cultura de violencia y la falta de sensibilización al enfoque de igualdad de género, nos convierten en un país tremendamente vulnerable.

Y si de vulnerabilidad se trata, en lo ambiental parece que aún no nos damos cuenta de la realidad que palpamos. Las noticias nos hablan de una “guerra del agua” en la capital, de las sequías y de cómo colapsan las ciudades ante tormentas breves pero copiosas.

Los promontorios de basura ya no solamente invaden las ciudades en supuestos sitios clandestinos a ojos vista de todos, sino que están siendo parte de nuestros mares. Los parques nacionales y las reservas forestales son amenazados constantemente por verdaderas plagas humanas y no solamente por gorgojos.

Los desafíos del país son enormes y van más allá de ver políticos encarcelados; aunque sin lugar a dudas recuperar la confianza perdida en las instituciones sí requiere de un proceso de saneamiento.

De manera especial, necesitamos servidores públicos más sensibles a esta realidad, que reconozcan que falta mucho por hacer, pero que se ocupen seriamente de esos asuntos; que sepan que la falta de infraestructura en el sistema educativo merece atención, tanto como la calidad de la educación.

Que los asuntos de política exterior, especialmente en temas de protección al migrante irregular, se resuelven con propuestas serias y no con murales estilo colegio, en el vetusto y descuidado edificio donde hoy se encuentra la Cancillería. Los desafíos pendientes conllevan a salir de la zona de confort, no solamente para quienes tienen un lugar en el aparato estatal, sino también para los ciudadanos acostumbrados a que nos entretengan con cualquier cosa, a no actuar con seriedad y, desde la indiferencia, permitir a la entronización del “dejar hacer, dejar pasar”.