17/04/2024
11:43 PM

Schlossberg, los inmigrantes y el español

“Supremacistas blancos que desprecian por el color, la lengua y las costumbres, tienen miedo”.

Juan Ramón Martínez

El incidente entre el abogado judío y los camareros de un restaurante en Nueva York, porque estos hablaban español, tiene varias lecturas. El primero es que el inglés, en el principio, estuvo a punto de no ser la lengua oficial de los Estados Unidos. En la votación respectiva, derrotó al alemán por un voto nada más. El segundo es que, aunque el incidente es aislado, hay que verlo como una expresión de miedo provocado por el “discurso” del presidente Trump entre los blancos, que atiza el odio al diferente, y que ha terminado por creer que, la diversidad amenaza a los Estados Unidos. En tercer lugar, la reacción que provocó Schlosberg confirma una de las leyes de Newton: a cada acción, corresponde una reacción. Los inmigrantes, acusados de “animales” por Trump, se han movilizado y han ido a protestar a la residencia del abogado judío, haciéndole notar que tiene que respetar a los otros que, además de sus contribuciones económicas, hablan el español de todas partes. Y en cuarto lugar, sin querer, el ilustre miembro del Foro de Nueva York ejemplifica la ignorancia de la belleza del mestizaje, la fuerza de la diversidad cultural y la conciencia que “el pueblo elegido por Dios” somos todos los seres humanos, al margen del color de la piel, el idioma que hablamos y los gustos que tenemos al vestir comer o hacer el amor. Porque Dios es amor.

La intolerancia hacia el otro no la ha inventado este “abogadillo”; es humana. Forma parte del proceso de desarrollo de la conciencia: los niños empiezan con la exaltación del yo y terminan con el nosotros, matizado por uno amplio y concluido en un nosotros universal, en la medida en que amplían su cultura. En los Estados Unidos, los supremacistas blancos, que desprecian al otro por su color, por su lengua y sus costumbres, tienen miedo. Creen que la pérdida de su singularidad por su incapacidad de integrarse en la corriente de la cultura universal que impulsa la brusca globalizan que somos parte, es en desmedro de sus posibilidades, la pérdida de su poderío y superioridad, y están equivocados.

Hace un tiempo la lengua franca era, precisamente, el francés. Ahora es el inglés, pero por su utilidad para el intercambio mundial del comercio y la circulación de las personas. Pero en el segundo lugar se asoma, brillante y fuerte el español. De forma que, cuando caiga el inglés, porque perecerá, como lo hiciera el latín una vez que el imperio romano declinó, lo que quedará no será la arrogancia de los intolerantes, sino que las obras que haya dejado la cultura estadounidense en la humanidad.

Estados Unidos, hasta antes de Trump, manejaba el discurso de la compasión hacia los pobres y desvalidos de la tierra, al margen de su cultura e idioma. Las frases en la base de la Estatua de la Libertad en Nueva York, así lo atestigua. Ahora, el propio presidente de los Estados Unidos rechaza el concepto que su patria es tierra de libertad, y ha construido en cambio una de personas inseguras, enemigas del otro, que rechazan que Estados Unidos sea fruto de la diversidad cultural y del encanto de una sociedad en la que, hasta hace muy poco, todos nos sentíamos cómodos y bienvenidos. Ahora, hasta los que hablan la lengua de Cervantes son rechazados por un nervioso israelita trasterrado que no representa la cultura de su pueblo original, y menos la de Estados Unidos, cuya fuerza motriz es la diversidad.

Saint Exupery cuenta en “Tierra de hombres” que, caído su avión en el desierto, en el borde de la desesperación rescató la esperanza cuando en la distancia descubrió a otro ser humano. No le importo el color, el idioma. Solo lo alegró que no fuera una hormiga, un reptil, sino que un ser humano. Porque los humanos nos salvamos, en la medida en que nos reconocemos los unos en los otros. Menos por supuesto, este pobre abogado de origen israelita, que no se siente humano, que está más bien en la última calificación que Trump le ha dado, injustamente, a los inmigrantes nuestros.