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Fuego y furia

  • 30 abril 2018 /

Tenemos que aprender a navegar entre el populismo económico, mediático y las mentiras llanas.

Noé Vega

No sé exactamente en qué momento la política se convirtió en un circo, pues aunque no se trata de dar por sacrosanto un oficio tan mundano, pero la verdad es que la política se está convirtiendo cada vez más en un espectáculo, donde la población aparece como meros consumidores de un espectáculo burdo, vulgar y con poco sentido.

En la sociedad sumeria, una de las primitivas formas de organización democrática de la sociedad estaba dividida en cuatro clases sociales: Los nobles, los comuneros, los clientes y los esclavos, teniendo como una de ellas sus funciones y sus privilegios, pero me parece bastante parecido con nosotros, la tercera y cuarta clase. Los clientes y los esclavos, que aunque la palabra cliente no tenía la connotación que hoy tiene en nuestros días, lo cierto es, que somos como clientes de un desagradable espectáculo en que se ha convertido la política.

Otrora parecen haber quedado los tiempos en que la política norteamericana era, no solo para los propios norteamericanos sino para Latinoamérica, algo distintivo y distinguido, algo de lo que se podía aprender a cómo decidir, cómo determinar lo justo y sobre todo, cómo ajustar la política a una escala de valores que convirtió la presidencia de los Estados Unidos en una institución respetable para los estadounidenses y que contaba con la admiración de su pueblo.

Como dije al inicio, no vamos a convertir en sacro algo tan humano, tan maquiavélico como la política, ni tampoco a creer que allí en el campo político no suceden cosas que nos producirían náuseas, lo que queremos decir es que siempre ha habido un recato, una norma no escrita pero aceptada como regla para guardar mesura, para cerrar boca, para medir palabras. Pero ahora, el campo político parece haberse convertido en parte del espectáculo mediático al que tanto nos estamos acostumbrando.

De qué chismear, de qué reír, de qué comentar y nada más. Esto no debería ser así, la política como ciencia y como servicio no puede ser eso, la política pública no puede presentarse como ese espectáculo circense que nos hace reír y nos puede producir náuseas, la política no solo administra, también transmite conductas y produce valores. Si no fuera así, el Estado mismo sería solo una parodia de una buena administración, un buen chiste donde todos nos reímos solo para volver a enojarnos. Pero no, no es así y no debería ser así.

Cuando conductas políticas públicas son denunciadas, escritas como en Fuego y Furia y son toleradas y no producen más que cierto malestar al estómago o cierto fruncir del rostro, entonces se está transmitiendo desde la escena política pública un sentido de relativismo donde todo se puede hacer y tolerar, donde no queda espacio para la conducta correcta, proba y honesta, los espacios para el quehacer político serio, mesurado, decente y congruente con los intereses de los mandatarios es solo un cliché más para la sociedad.

Son tiempos de difíciles y de muchos cambios, de caída de paradigmas y de recambios en la política, lo sabemos, tenemos que aprender a navegar entre el populismo económico, el populismo mediático y las mentiras llanas, pero lo cierto es que la democracia sufrirá serias consecuencias con estas conductas y los políticos tarde o temprano tendrán esa factura sobre sus mesas. Solo esperamos que el pueblo norteamericano con su escala de valores públicos, que son también de la política, sepa adecuar a estos tiempos en su democracia, sin mayores daños a la misma y tratando de salvaguardar todo el legado para su propio pueblo y para el mundo.