17/04/2024
01:05 AM

Autoridad y poder

“Reto de los padres: vivir una ejemplaridad sin fisuras para que los hijos busquen imitarlos”.

Roger Martínez

Así como en el mundo del trabajo, en la vida familiar es fundamental no confundir autoridad con poder. Como bien sabemos, en la Roma antigua, de la que heredamos la lengua castellana, la “auctoritas” era más bien una característica personal que poseían aquellos que por su edad o su conducta lograban ser obedecidos. Las personas con “auctoritas” tenían fama de tomar decisiones ponderadas y justas. La “potestas”, sin embargo, el poder diríamos hoy, era algo externo, obtenido por el cargo. Un juez, por ejemplo, por el hecho de ser funcionario público, tenía “potestas”, aunque no precisamente autoridad.

Algo parecido puede suceder en una empresa, pública o privada; puede haber en ellas personas que solo tienen poder, que tienen una placa sobre su escritorio que los convierte en jefes, pero que su comportamiento cotidiano no los hace merecedores de respeto. La incoherencia, la ausencia de valores y de virtudes humanas, el trato grosero, impide que alguien tenga autoridad. Hay, sin embargo, otros individuos que sin contar con un cargo encumbrado son vistos con estima, son respetados e, incluso, consultados. ¿Qué han hecho para ganar autoridad? Han sabido escuchar, han sido capaces de rectificar cuando se han equivocado, han tratado a los demás con delicadeza, han manifestado coherencia entre lo que piensan, lo que dicen y lo que hacen.

En casa es igual. Los hijos, sobre todo cuando son adolescentes o mayores, cuando han desarrollado una notable capacidad crítica, solo están dispuestos a obedecer cuando sus padres tienen autoridad sobre ellos. Y, repito, esa solo se gana a puro prestigio. Solo cuando papá y mamá luchan por ser mejores, cuando se nota que tienen unidad de vida, cuando sus hechos coinciden con sus discursos, los hijos no tienen más remedio que rendir su propio juicio y aceptar las exigencias que les hacen.

Hoy, encima, nuestros hijos han crecido con un sentido crítico exacerbado; nuestras relaciones con ellos han sido más horizontales de lo que acostumbraban ser. Históricamente, las relaciones paterno filiales eran bastante verticales, los hijos pocas veces contradecíamos a nuestros padres, lo que facilitaba la docilidad y la ausencia de conflictos mayores. Hoy, el contexto en el que se crece es distinto y eso ha complicado las cosas.

El reto que tenemos hoy los padres es el de vivir una ejemplaridad sin fisuras, mantener una batalla permanente en contra de los propios defectos, de modo que los hijos, al ser testigos de nuestras luchas por ser mejores personas, lleguen a admirarnos, busquen imitarnos, y así, esa cuota de prestigio que habremos conseguido permitirá que, con nuestra autoridad, les ayudemos para que ellos también aspiren a ser mejores.