O el diablo se hizo miembro de la Iglesia o la Iglesia se ha olvidado de la principal denuncia de su ministerio, que no es otra que la denuncia de la maldad interna que anida en el corazón humano, el pecado. Porque cualquiera que escuchara los pronunciamientos y las denuncias de la Iglesia para el período de Semana Santa, hay denuncias de los daños al medio ambiente y denuncias contra el trato a los migrantes, lo cual es válido; pero al escucharse tan objetivamente dirigido a esos temas cualquiera puede pensar que estamos ante una organización ambientalista o de derechos humanos.
Cuando la Iglesia toma posición a favor del ambiente o de los migrantes es totalmente correcto, pero convertir estos mensajes en la principal persecución de su ministerio cambia los pecados capitales por los sociales y los ambientales, presentando un mensaje desviado de su ministerio de conversión del ser humano. Es que el populismo parece que no solo tiene cabida en las esferas políticas, también en la religión parece estar echando raíces un populismo religioso que se conforma cada vez más con los criterios sociales del momento, evitando la confrontación de antaño con los modos y las costumbres contrarias a la fe, tratando de ganar simpatías vía consentimiento más que conversos.
Cuando se habla de los pecados sociales y ambientales del hombre hay razón de tales comisiones y también razón para denunciarlos, pero el camino se equivoca cuando se trata de reparar lo externo mientras en lo interno todavía anida aquello que contamina, aquello que pervierte y hace al hombre egoísta. Sí es cierto, como decía San Agustín, que todo en el hombre está dominado por dos amores: el amor de sí mismo hasta conseguir la destrucción del contrario o el amor hacia el prójimo hasta llegar a la entrega de la vida por el otro.
Ese mensaje es válido, actual y confrontador, es legítimo de la iglesia y es el mensaje que puede cambiar los corazones humanos; es decir, que el egoísmo que está en el corazón humano, o sea, que la codicia que domina al hombre de hoy le lleva a atentar contra su prójimo. Y no ha habido a través de los siglos mensaje más poderoso que ese, que el mal reside en el corazón del hombre, y hasta cuando de allí sea erradicado, el hombre puede proclamar con certeza de que ha cambiado o, mejor, que es un nuevo hombre.
El positivismo del pastor Osteen no resuelve ni el corazón ni el daño al medio ambiente, pero tampoco lo resuelve un mensaje que deriva en las consecuencias y no en las causas, causas internas, causas espirituales, las cuales solo siendo tratadas por el poder del evangelio pueden ser sanadas o erradicadas. Si todo se reduce a reparar el ambiente y buscar mejores tratos para los migrantes, el mundo resolvería sus problemas, pero el asunto va más allá, es profundamente interno, es profundamente existencial. Tiene que ver con una visión egoísta y mal sana del hombre, de cómo concibe al otro y cómo concibe su existencia. Si se olvida el mensaje principal en pro de las denuncias del ambiente y de los migrantes, entre otros temas, si se cambia los pecados capitales por los pecados sociales, estamos ante una disolución de la esencia de la Iglesia y también de su ministerio. Si se tratara de mero positivismo, como predica Osteen, o de meros problemas de medio ambiente, entonces con dejar el negativismo o reparar los daños ambientales el mundo podría resolver sus problemas, pero no es así, se necesita algo más, algo más poderoso, algo que está fuera del hombre, algo en lo que la Iglesia parece ser la única esperanza, por lo que si esta olvida su papel nos deja más huérfanos de lo que ya estamos.
Cuando la Iglesia toma posición a favor del ambiente o de los migrantes es totalmente correcto, pero convertir estos mensajes en la principal persecución de su ministerio cambia los pecados capitales por los sociales y los ambientales, presentando un mensaje desviado de su ministerio de conversión del ser humano. Es que el populismo parece que no solo tiene cabida en las esferas políticas, también en la religión parece estar echando raíces un populismo religioso que se conforma cada vez más con los criterios sociales del momento, evitando la confrontación de antaño con los modos y las costumbres contrarias a la fe, tratando de ganar simpatías vía consentimiento más que conversos.
Cuando se habla de los pecados sociales y ambientales del hombre hay razón de tales comisiones y también razón para denunciarlos, pero el camino se equivoca cuando se trata de reparar lo externo mientras en lo interno todavía anida aquello que contamina, aquello que pervierte y hace al hombre egoísta. Sí es cierto, como decía San Agustín, que todo en el hombre está dominado por dos amores: el amor de sí mismo hasta conseguir la destrucción del contrario o el amor hacia el prójimo hasta llegar a la entrega de la vida por el otro.
Ese mensaje es válido, actual y confrontador, es legítimo de la iglesia y es el mensaje que puede cambiar los corazones humanos; es decir, que el egoísmo que está en el corazón humano, o sea, que la codicia que domina al hombre de hoy le lleva a atentar contra su prójimo. Y no ha habido a través de los siglos mensaje más poderoso que ese, que el mal reside en el corazón del hombre, y hasta cuando de allí sea erradicado, el hombre puede proclamar con certeza de que ha cambiado o, mejor, que es un nuevo hombre.
El positivismo del pastor Osteen no resuelve ni el corazón ni el daño al medio ambiente, pero tampoco lo resuelve un mensaje que deriva en las consecuencias y no en las causas, causas internas, causas espirituales, las cuales solo siendo tratadas por el poder del evangelio pueden ser sanadas o erradicadas. Si todo se reduce a reparar el ambiente y buscar mejores tratos para los migrantes, el mundo resolvería sus problemas, pero el asunto va más allá, es profundamente interno, es profundamente existencial. Tiene que ver con una visión egoísta y mal sana del hombre, de cómo concibe al otro y cómo concibe su existencia. Si se olvida el mensaje principal en pro de las denuncias del ambiente y de los migrantes, entre otros temas, si se cambia los pecados capitales por los pecados sociales, estamos ante una disolución de la esencia de la Iglesia y también de su ministerio. Si se tratara de mero positivismo, como predica Osteen, o de meros problemas de medio ambiente, entonces con dejar el negativismo o reparar los daños ambientales el mundo podría resolver sus problemas, pero no es así, se necesita algo más, algo más poderoso, algo que está fuera del hombre, algo en lo que la Iglesia parece ser la única esperanza, por lo que si esta olvida su papel nos deja más huérfanos de lo que ya estamos.