20/04/2024
08:12 AM

En los zapatos de Joaquín

Jorge Ramos Ávalos

Parkland, Florida. No hay dolor más grande en la vida que perder a un hijo. Lo sé porque conocí a Manuel y Patricia, los padres de Joaquín Oliver, que el pasado 14 de febrero fue asesinado en su escuela junto con otros 16 estudiantes y maestros.

Me recibieron en su casa, apenas a unos minutos del lugar de la tragedia. Las fotos de Joaquín, con las puntas de su pelo divertidamente pintadas de amarillo, estaban ordenadas en la pared de la sala. La ironía es que la familia Oliver se había ido de Venezuela en 2003 buscando seguridad, y ahora, aquí, estaba de luto por su hijo.

Joaquín tenía 17 años de edad, era generoso, carismático y deportista -jugaba basquetbol-, y la noche anterior a su muerte salió con su papá para comprarle flores a su novia. Era una de las muchas complicidades entre los dos, como la vez en que habían tomado su primera cerveza juntos. Manuel le llamaba “enano” a su hijo, aunque ya le pasaba de altura con sus seis pies y dos pulgadas.

¿Cómo fueron las últimas horas de Joaquín? Manuel: “A las seis y media lo levanto. Me dijo: ‘Me voy a bañar porque es Valentine’ (el 14 de febrero). Agarró su tarjeta, agarró su mochila, agarró sus flores y nos fuimos al colegio. Llegamos, tomó sus flores, tomó su mochila y me dijo: ‘Papi, te amo’. Y yo le dije: ‘Me llamas para que me digas cómo te fue’. Nunca recibí esa llamada”.

Manuel y Patricia trataron de comunicarse con Joaquín sin ningún éxito. La hermana de Joaquín, Andrea, trató de localizarlo a través de sus conocidos en Facebook, pero nadie sabía de él. “Pasaron las horas y pasaban también las esperanzas”, me contó Manuel. “Hasta que te dan la noticia que, hasta cierto punto, la estás imaginando. El FBI concentró a los padres de los niños que no habían aparecido (en un hotel cercano) y al cabo de muchas horas ese grupo de padres se fue reduciendo, ya que los niños iban apareciendo. Al final quedó un pequeño grupo, nos llamaron familia por familia y nos dieron la noticia de que Joaquín había sido una de las víctimas fatales”. Dos días después se reencontrarían. “Lo volvimos a ver en la funeraria el viernes por la tarde”, me dijo Patricia.

Me ha tocado cubrir tantas matanzas en Estados Unidos que, literalmente, ya perdí la cuenta, por eso mi enorme escepticismo sobre las promesas de los políticos de que algo va a cambiar. No obstante, esta vez hay algo distinto, ya que las víctimas -en este caso los estudiantes- están diciendo: “Nunca más”. No se han quedado callados, están exigiendo un cambio real -no palabras ni oraciones- y están exponiendo y humillando a todos los políticos que durante años han recibido dinero de la NRA (Asociación Nacional del Rifle). Si esta -la generación de Joaquín y de los dreamers- es la que se va a hacer cargo del país en el futuro, estamos bien parados; confío plenamente en ellos.

He hablado con varios sobrevivientes y no había visto esa determinación antes, es la misma que tienen los padres de Joaquín. “Me ha tocado de cerca y veo a estos niños que están dispuestos a todo”, me dijo Patricia. “Creo ya que el vaso rebosó”, lo retoma Manuel. “Uno como padre lucha por los hijos en todo momento, y cuando los hijos se van esa lucha tiene que continuar. Uno tiene que luchar por los hijos hasta que uno se va”, y luego me dice cómo.

“¿Conoces el dicho ‘ponte en mis zapatos’?”, me pregunta. “Ese dicho tiene otra versión. Yo me estoy poniendo en sus zapatos, ese es nuestro rol ahora. Nos tenemos que poner en los zapatos de estos jóvenes. La lucha es de ellos; nosotros tenemos que estar con ellos”. Y es en ese instante que me doy cuenta de que Manuel lleva puestos los tenis negros, esos del basquetbol, que dejó su hijo Joaquín. Sí, los dos calzan la misma talla, los dos siguen en la lucha.