Muchos se sometieron, constituyendo en 1957 una Iglesia cismática -la llamada “Iglesia patriótica”-, cuyos obispos eran nombrados por el Gobierno comunista, algunos incluso en notorias condiciones de inmoralidad. Pero otros se resistieron y sufrieron persecución y así nació la “Iglesia clandestina”; durante decenios, laicos, sacerdotes, religiosos, monjas y obispos han conocido la cárcel, los campos de reeducación y el martirio, por no haber querido renunciar a la fe católica vivida en su integridad, que implicaba la unión con el vicario de Cristo.
Sin embargo, poco a poco se fue produciendo un tímido deshielo y el Gobierno dio permiso para ordenar algunos obispos nombrados por Roma, a la vez que el Vaticano daba el “plácet” a candidatos del Gobierno.
Esta tímida apertura parecía estar sujeta, por otro lado, al capricho de los gobernantes, pues a veces aceptaban y otras no. Y en medio estaban los fieles, que muchas veces tenían que ir a parroquias regentadas por curas pertenecientes a la Iglesia cismática si querían ir a misa, entre otras cosas porque Benedicto XVI dejó claro que los sacramentos administrados por la Iglesia patriótica son válidos.
Lo que está intentando el cardenal Parolín y el equipo diplomático vaticano es llegar a un acuerdo con los gobernantes chinos. Nadie sabe en este momento en qué consiste ese acuerdo y posiblemente no lo sepan ni siquiera los diplomáticos vaticanos