Es triste, muy triste, envejecer perdiendo la dignidad. Decía José Martí que cuando la muerte se acerca, el hombre se vuelve más humilde. Recuerdo esa frase. Se la dije a mis dos compañeros, Enrique Lorente e Igor Úbeda, el dos de abril de 1970 en una casa desprotegida de la ciudad de León, en la Nicaragua de entonces, mientras esperábamos, fusil y granada en mano, la llegada de la Guardia Nacional, la temible y asesina GN, a registrar el área en que nos encontrábamos.

Esta es la primera vez que cuento esta historia. Y lo hago por dos razones: Primero, para recordar la dignidad y el heroísmo, la valentía y entrega de Lorente y de nuestra compañera inolvidable, Luisa Amanda Espinoza, heroína actual en la galería de los héroes de Nicaragua, que combatieron con sentido de entrega y absoluta decisión a los esbirros somocistas en aquel momento inolvidable del dos y tres de abril de 1970. Segundo, para rendir un homenaje, aunque casi tardío, a la memoria de Igor Úbeda, muchacho valiente, compañero abnegado mío en aquellos momentos decisivos de clandestinidad peligrosa en el León de entonces, caído en combate irracional el 15 de mayo de 1970 frente a la Sucursal Boer del Banco de Managua. Mi hijo, Omarigor, lleva su nombre, como también lleva el seudónimo mío de entonces.

Les recuerdo a ambos… y pienso en la dignidad y valentía de sus vidas. Un día contaré más detalles de esos momentos, los mismos que conocen algunos de mis amigos que han podido comprobar los sitios del escondite (¿verdad Rodil?) y las condiciones del combate. Un día haré el recuento completo, el mismo que le debo a sus familiares, en particular a Jairo, hijo de Enrique y Gloria, quien me escribe y consulta a menudo sobre los últimos momentos de su padre… el inolvidable Enrique Lorente… Un día, lo prometo.

Pero, recuerdo estos hechos por alguna razón. Ya contaré después la aparición, treinta y cinco años después, y la inesperada llamada del hoy coronel o general “Sergio”, ya retirado, compañero clandestino de entonces, que me ha sorprendido de pronto, apareciendo de nuevo en mi aburrida vida. Ya lo contaré. Para satisfacción de muchos y desagrado de otros tantos.

Pero hoy, en esta ocasión, recuerdo esos hechos para reivindicar valores como la valentía y la dignidad, sobre todo esta última, la dignidad. Y lo digo porque estoy viendo un ominoso video de los diputados oficialistas, es decir del partido de gobierno, descendiendo de un autobús y repitiendo, como si fueran robots, al momento de ver a las cámaras, una consigna unánime a favor del gobernante, pidiendo y apoyando su reelección y el continuismo. ¡Qué triste y lamentable!

Y no lo digo por su mayoría, que, después de todo, valen muy poco. Lo digo por algunos, sobre todo por aquellos que han ocupado cargos de cierta dignidad en el engranaje gubernamental o en la estructura del Estado. Y, peor aún, los que, abusando de sus influencias políticas, fueron indecentemente convertidos en jefes de la academia (¡oh, vergüenza!), a la que contaminaron con sus vicios, su incultura (disfrazada de sapiencia idiomática) y su vulgar complicidad con los esbirros al servicio de la Doctrina de Seguridad Nacional, la triste y célebre DSN. Esos son la vergüenza, la ignominia y el desprecio…

Verlos bajando del autobús oficial, temblorosos, tambaleantes, inseguros del paso que ponen en el siguiente peldaño, temerosos de caerse, pero atentos a que la cámara registre su momento de ignominia, el segundo exacto en que gritan ¡Viva JOH!, el instante en que se rinden y venden, cuando se humillan y entregan, cual vulgares hetairas ante la sed insaciable del poder… es el imán, el poder de atracción, la fuerza incontenible de la convicción que ejerce el maravilloso poder del dinero… Y pensar que esos individuos han sido líderes de la Academia, que han sido rectores de la educación superior. Oh Dios, ¡en qué país vivimos! Cómo puede ser que individuos como este hayan dirigido la educación superior de mi país. ¡Oh Dios!

Vuelvo a pensar en el joven Igor Úbeda, graduado entonces como uno de los mejores bachilleres de Nicaragua, con su pierna afectada por la enfermedad del leismaniassis, angustiado por su imposibilidad física para la lucha en la montaña, y, al mismo tiempo, pienso en el canalla que baja del autobús gritando ¡Viva JOH!, en nombre de la “academia”… Oh Dios, ¡que triste!