23/04/2024
02:36 AM

'Lucha electoral”, paz y democracia

Juan Ramón Martínez

Una de las mejores expresiones de Tiburcio Carías Andino, dicha durante la campaña de 1932, es que la presidencia de Honduras no valía una gota de sangre derramada por ningún hondureño, y es la verdad. Por el poder público no hay que luchar como si fuera una piñata, una presa cazada en el bosque o un tesoro escondido en el mar. La disputa, ahora casi hemos olvidado este concepto, es por quién ofrece la mejor opción para mejorar las cosas. No para deteriorarlas y mucho menos para comprometer la paz, la estabilidad de las instituciones, la seguridad de la comunidad empresarial y, en fin, el funcionamiento normal del país. Es para buscar el relevo de las personas, grupos y partidos –este es sentido de la alternancia– que nos permitan anticipar que Honduras dará varios pasos adelante en la solución de sus problemas, en la búsqueda del bienestar de las mayorías y en el fortalecimiento de la sociedad, el Gobierno y la población para enfrentar los retos y las amenazas que tenemos enfrente, con seguridad y economía de recursos.

Desafortunadamente, la política ha perdido –más en la última campaña en que el ego de los políticos arrolla a los ciudadanos– su carácter de discusión civilizada en procura del bien común. Es más bien lucha cuerpo a cuerpo. Salvaje confrontación en la que no se busca el bien común, el respeto de la soberanía popular ni la consolidación de las instituciones, sino que la satisfacción del egoísmo de los candidatos, más alto entre más ambiciones se tienen; el logro de objetivos personales, aunque a cambio se comprometa la paz de la nación; la paralización de las actividades productivas y la disminución de la pobreza que hoy sufren las mayorías; el ninguneo, que hace víctima a la ciudadanía por parte de los arrogantes que se consideran superiores a los demás, a los que están dispuestos a llevar a la muerte con el fin de lograr sus caprichos, se reduzcan o desaparezcan.

Hemos retrocedido a antes de 1932, en que solo por breves primaveras interrumpidas las elecciones fueron un torneo en paz en que los perdedores aceptaban democráticamente los resultados. Antes, especialmente a principios del siglo pasado, en la primera década del mismo, en 1919, en 1924 y en 1932 y principios del 33, el que perdía las elecciones se terciaba la escopeta al hombro, descolgaba de las paredes los “despachos” de militares “gritados” y se iniciaba la carnicería. Y cuando vino la paz “tiburciana” dentro de la irracionalidad se logró por medio de la violación de la soberanía popular, la organización ciudadana, la disminución de las fuerzas productivas y la paralización del país. Carías Andino inauguró 16 años de ilegal continuidad sin pavimentar un metro de carretera, sin construir una central eléctrica y sin emitir una disposición siquiera para que el capital nacional y el extranjero se movieran hacia el crecimiento de Honduras. Fue, al margen de algunas cosas que impuso la lógica, además de los caprichos de los gobernantes, una real pérdida de tiempo. Paz y tranquilidad –vía la eliminación de los liberales, que eran los delincuentes organizados de entonces– que no sirvió para nada, sino que para la tranquilidad aldeana del gobernante.

Ahora, aunque lo quieran algunos descerebrados, no vamos a las elecciones para matarnos unos con otros o paralizar la economía nacional y, mucho menos, impedir que podamos dormir tranquilos, sabiendo que el 26 de noviembre próximo se asegurará la paz, se fortalecerá la democracia y se reconstruirá como corresponde el Estado de derecho. Esto es lo que esperamos de los políticos y de los activistas, “profesionales” que viven de la política que por tal razón están dispuestos a derramar la mayor cantidad de sangre de los hondureños a cambio de imponer su voluntad y sus pretensiones de enanos magnificados por los ojos del colombiano Botero, experto en la “creación” de falsas personalidades físicamente descomunales.

Por ello, ser candidatos, más que un honor, es un sacrificio en donde se entrega lo mejor de cada uno en el altar de la patria. Para servir a Honduras y a los hondureños.