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De propuestas y promesas

  • 06 septiembre 2017 /

Víctor Meza

Por fin, varios de los partidos políticos que participan en el proceso electoral, entre ellos los más relevantes y consistentes, empiezan a presentar sus documentos de análisis, propuestas y planes de gobierno tratando de persuadir a los votantes de sus cualidades y virtudes, supuestas o reales.

La calidad de los documentos conocidos hasta hoy es variada -no podía ser de otra manera- en dependencia de la calidad profesional de los equipos que han participado en su elaboración, y derivada, por supuesto, de las ideas específicas que tenga cada candidato presidencial en torno a lo que deberían ser los ejes principales de su posible gestión gubernamental. A veces sucede que las ideas del candidato, cuando las tiene y las mantiene ordenadas y coherentes, no coinciden o contradicen abiertamente la visión y concepciones del equipo redactor del Plan de Gobierno. En tal caso, dependiendo del nivel de tolerancia del candidato y en base a su capacidad autocrítica, puede suceder que prevalezcan las posiciones del equipo. Pero, a veces, sucede al revés, se imponen las ideas y hasta los caprichos del candidato y, en ese caso, al equipo solo le queda una de dos: aceptar o renunciar. Casi siempre aceptan.

En base a lo anterior, no nos debe sorprender encontrar en algunas de las propuestas contradicciones evidentes y hasta chocantes, casi inconcebibles, que rompen la coherencia de la estructura y convierten el llamado plan de gobierno en una confusa mescolanza de promesas y ofrecimientos, cuya viabilidad queda en duda. Hay ocasiones en que la fe religiosa del candidato se impone por encima de la lógica de la doctrina, y combina liberalismo con clericalismo, abjurando en forma prepotente del laicismo del Estado, una conquista del liberalismo clásico, dicho sea de paso. Otras veces, la oferta, disfrazada de propuesta, colinda con la frontera de la demagogia y promete el cielo y la tierra sin parar mientes en las posibilidades reales y los recursos disponibles. Olvidan que toda propuesta, para volverse creíble, debe mostrar la viabilidad propia de su realización, es decir la forma y los recursos que la harán posible. Una propuesta que no es viable se convierte en oferta demagógica.

Hay casos en que la oferta no presenta ningún aspecto novedoso, parece más de lo mismo, solo que en dosis más abundantes. En este caso, la propuesta gira en torno a la continuidad, es la prolongación del actual estado de cosas, se limita a girar en el mismo círculo vicioso sobre la misma mesa redonda, como si fuera una espiral inmóvil condenada a repetirse y encerrarse en su viejo contenido. Es la parálisis y el inmovilismo, antípodas del cambio y del desarrollo.

Y todavía hay más. Algunas propuestas lucen tan disparatadas e irracionales, como vacías y absurdas son las posibilidades reales de quienes las enarbolan.

Es el caso de aquellos candidatos cuyas ideas –vale más que las tienen– corren el riesgo de subírseles a la cabeza. Atolondrados y confusos, ofrecen el paraíso celestial a los pobres mortales que padecemos el infierno terrenal. No vacilan en invocar la supremacía divina, apelando a todos los santos habidos y por haber, en un esfuerzo desbocado por convertir la fe de los votantes en sufragios constantes o en monedas resonantes. ¡Por Dios, que de todo hay en la viña del señor…!

Para analizar este entramado de propuestas, ofertas y promesas, el Centro de Documentación de Honduras (CEDOH) ha puesto en marcha un proyecto de análisis comparativo de la agenda electoral de los partidos políticos. Se trata de conocer más a fondo las ideas de los candidatos y las propuestas de sus partidos en torno a temas tales como la seguridad, la corrupción, la migración, la fragilidad institucional del Estado, y la actitud del sistema de partidos (tolerancia, desconfianza o rechazo) hacia la sociedad civil organizada. Un estudio semejante nos permitirá un mejor conocimiento de la forma en que los dirigentes políticos abordan los problemas del país y manejan el sistema de valores y principios de la cultura política democrática. Nos permitirá, además, medir mejor los niveles de esa cultura política y el impacto que tiene en la conducción del Estado y en la gestión de los asuntos públicos. Esperamos que tal análisis sirva para que nuestros compatriotas sean cada vez más electores, es decir más selectivos al momento de escoger sus candidatos, y cada vez menos votantes, es decir simples autómatas que obedecen ciegamente “la línea del partido”.