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Solo la deportación en masa puede salvar a Estados Unidos

  • 27 junio 2017 /

“Nadie encuentra felicidad ahuyentando a quienes podrían amarlo. Los negocios no prosperan despidiendo a sus mejor empleados ni desanimando las solicitudes de empleo”.

En cuestión de inmigración, consideren a este columnista conservador en el campo que favorece la deportación. Estados Unidos tiene demasiadas personas que no trabajan, que no creen en Dios, que no aportan gran cosa a la sociedad y que no aprecian la grandeza del sistema estadounidense.

Necesitan regresar al lugar de donde vinieron.

Hablo de estadounidenses cuya familia ha estado en este país desde hace varias generaciones. Complacientes, sintiéndose con todos los derechos y en ocasiones sorprendentemente ignorantes de temas básicos de la ley y de la historia de Estados Unidos, son una laguna estancada en la que podrían ahogarse nuestras perspectivas nacionales.

En todos los temas, los no inmigrantes de Estados Unidos le están fallando al país. ¿Delincuencia? Un estudio del Instituto Cato señala que los no inmigrantes son encarcelados a un ritmo casi del doble que los inmigrantes ilegales, y de más de tres veces el de los inmigrantes legales.

¿Logros académicos? Solo 17 por ciento de los finalistas del concurso de talento científico Intel 2016 –llamado “el premio Nobel de los jóvenes”– fueron hijos de padres nacidos en Estados Unidos. En el Instituto Rochester de tecnología, solo 9.5 por ciento de estudiantes de posgrado en ingeniería eléctrica son no inmigrantes.

¿Piedad religiosa, en especial en su variedad cristiana? Hay más inmigrantes ilegales que se identifican como cristianos (83 por ciento) que estadounidenses (70.6 por ciento). Los derechistas que quieren ponerle restricciones a la inmigración harían bien en ponderar este dato cuando se quejan de la declinación en la asistencia a la iglesia.

¿Creación de empresas? Lo no inmigrantes crean la mitad de los negocios que los inmigrantes y representan menos de la mitad de las empresas fundadas en Silicon Valley de 1995 a 2005. En general, el porcentaje de empresarios no inmigrantes se redujo en más de diez puntos de 1995 a 2008, según un estudio de Harvard Business Review.

Los argumentos en contra de los no inmigrantes no se acaban en esto. El índice de partos fuera del matrimonio entre mujeres nacidas en Estados Unidos supera al de las madres nacidas en el extranjero, 42 sobre 33 por ciento. El índice de delincuencia y criminalidad entre adolescentes no inmigrantes supera al de sus compañeros inmigrantes. Un reporte reciente del Proyecto Sentencia también encontró evidencias de que, mientras menos inmigrantes haya en un barrio, más posibilidades hay de que sea peligroso.

Y admás está la importantísima cuestión de la demografía. La raza del futuro a fin de cuentas será la raza de la gente saludable, en edad laboral y fértil. Y aquí también nos están fallando los no inmigrantes. “El aumento en el número total de nacimientos anuales en Estados Unidos, de 3.74 millones en 1970 a 4.0 en 2014, se debe por completo a partos de madres nacidas en el extranjero”, reveló el Centro de Investigaciones Pew. Sin esas mamás inmigrantes, Estados Unidos se vería enfrentado a la misma espiral demográfica mortal que acecha a Japón.

En resumidas cuentas: los llamados estadounidenses reales están fastidiando al país. Quizá deberían irse para que podamos reemplazarlos con mejor gente: recién llegados que aprecien todo lo que ofrece Estados Unidos, más ambiciosos para sí mismos y sus hijos, y más dispuestos a sacrificarse por el futuro. En otras palabras, el tipo de gente que éramos antes … cuando “nosotros” acabábamos de desembarcar.

Claro, es broma lo de deportar en masa a los “verdaderos estadounidenses”. (¿Quién los iba a recibir, además?) Pero la amenaza de deportaciones masivas no ha sido ninguna broma con este gobierno.

El jueves, el departamento de Seguridad Interna parecía dispuesto a extender un programa del gobierno de Barack Obama, llamado acción diferida (DACA), que permite que los hijos de inmigrantes ilegales, llegados a Estados Unidos siendo niños –unas 80,000 personas en total–, sigan estudiando y trabajando. Esa decisión daría marcha atrás a las amenazas de Trump en su campaña de deportar a esos chicos, cuyo único delito fue haber sido traídos a Estados Unidos por sus padres.

Empero, el gobierno sigue empeñado en deportar a los padres y el viernes, Seguridad Interna anunció que incluso DACA seguirá en revisión. Eso es una cruel medida para los jóvenes inmigrantes, que se preguntan si serán enviados de regreso a un país “de origen” que difícilmente conocen y que habla un idioma que muchos de ellos ni siquiera entienden.

Más allá de lo inhumano que resulta jugar de ese modo con la vida de otra gente, está también la miopía de esa medida. Nadie encuentra felicidad ahuyentando a quienes podrían amarlo. Los negocios no prosperan despidiendo a sus mejor empleados ni desanimando las solicitudes de empleo. ¿Cómo quieren que Estados Unidos vuelva a ser grane si reprende y expulsa a su gente más llena de energía, más emprendedora, más respetuosa de la ley, que más empleos crea, que más ideas genera, que más se reproduce y que más teme a Dios?

Ya que yo soy hijo de inmigrantes y crecí en el extranjero, siempre he pensado que Estados Unidos es un país que pertenece, en primer lugar, a los recién llegados: a la gente que más se esfuerza por ser parte de él pues se da cuenta de que es precioso; y que hace lo más posible para que nuestras ideas, nuestro atractivo sigan siendo frescos.

Eso solía ser un lugar común, pero en tiempos de Trump necesita explicarse una y otra vez. Somos un país de inmigrantes; de y para inmigrantes también. Los estadounidenses que no entiendan eso deberían de irse.