16/04/2024
12:06 AM

Brigitte Macron, liberadora

Esta es una ciudad de momentos robados, su romance ligado con el realismo sobre los caprichos del corazón. Nada sorprende, poco se juzga. En el ámbito del sexo y las parejas, un encogimiento de hombros es todo lo que se obtiene de los franceses, o como dicen ellos con desdeñosa franqueza: “Bof”.

La intimidad, para el francés, no le importa a nadie más, prevalece un fuerte respeto por la privacidad. Y se combina con la reticencia de conferirle cualquier apelativo moral a la vida amorosa de los demás. El efecto es liberador. En Francia, el sexo y la comida se hacen con aplomo. La culpa no es su fuerte, la mera verdad.

La gente viene a Francia por su belleza, pero lo que a final de cuentas la seduce es su civilizaci?n, a la vez formal y sensual, un arte de vivir y de amar.

He estado pensando en este don francés de no juzgar ahora que el recién electo presidente Emmanuel Macron y su esposa Brigitte se preparan a irse a vivir al Elíseo la próxima semana. Ellos son una pareja inusual. Él tiene 39 años; ella, 64. Se conocieron, como todos sabemos ahora, cuando él era adolescente y ella su profesora de teatro, una mujer casada con tres hijos. A través de ella, Macron ahora tiene siete nietos que él acepta como propios.

A todo esto, la respuesta de los franceses ha sido: ¿A quién le importa? Ha habido una celebración, especialmente entre las mujeres, del hecho de que se haya invertido la norma del hombre viejo con la esposa mucho más joven (la diferencia de edades entre los Macron corresponde más o menos a la que hay entre el presidente Donald Trump y su esposa Melania). Macron declaró a Le Parisien que “si yo tuviera veinte años más que mi esposa, nadie hubiera pensando ni por un minuto que yo no podría ser su pareja íntima”. Tiene razón.

Ha habido varios artículos en revistas sobre la pareja. Uno de ellos es una entrevista con Brigitte en Paris Match. Como lo comentó Le Monde: “Fue juntos como esta pareja atípica escaló los peldaños del poder. Nunca, la esposa de un candidato había estado tan presente en una campaña presidencial”, pero la salacidad y el sexismo han brillado por su ausencia.

Macron tuvo que enfrentarse al rumor –propalado por un sitio web ruso– de que era gay, y lo hizo con un humor muy efectivo. Charlie Hebdo, la revista satírica, publicó una caricatura después de la victoria de Macron, de una Brigitte visiblemente embarazada, con la leyenda: “él va a realizar milagros”. En los medios sociales franceses, la revista fue muy criticada por su sexismo (pero, por supuesto, Charlie Hebdo es igualitario en sus ofensas, por lo cual es amada y odiada desde hace mucho, y por lo cual perdieron la vida varios de sus empleados).

Lo que es nuevo en el contexto político francés es que Macron y su esposa cooperen tan intensamente; ella es su principal asesora. Renunció a su empleo como profesora de francés para trabajar con Macron cuando este fue nombrado ministro de Economía en 2014 y ha permanecido a su lado. Para muchos, ella contribuyó a humanizar al banquero tecnócrata con tendencias (no contenidas) a usar lenguaje rimbombante. Nacida en una familia provincial de chocolateros, ella tiene buena antena para sintonizarse con la “Francia profunda”. Desde que fue lanzada la canción hace medio siglo, nunca se había dado una respuesta más enfática a la pregunta de los Beatles: “¿Me seguirás necesitando, me seguirás alimentando, cuando tenga 64 años?”.

En los últimos años ha sido rara una convergencia conyugal en el Elíseo de la variedad de los Macron. François Hollande, que el domingo le entregará el poder a Macron, dejó a su compañera, Valerie Trierweiler, al principio de su presidencia, en favor de la actriz Julie Gayet. La madre de sus cuatro hijos, Segolene Royal, se desempeñó mientras tanto en su gabinete.

Tan pronto como el predecesor de Hollande se había instalado en el Elíseo, decidió separarse de su esposa Cecilia Ciganer. Después se casaría con Carla Bruni. Jacques Chirac y su esposa tenían departamentos separados. François Miterrand llevó una vida doble; tanto su esposa como su amante asistieron a su funeral.

Los franceses se encogen de hombros, así es la vida, así son las pasiones, no son metódicas.

Estaba platicando de todo esto con Sarah Cleveland, distinguida profesora de derecho de la Universidad de Columbia que se encuentra en sabático en París. Ella recuerda que en el noveno año, en su escuela de Birmingham, Alabama, los hicieron estudiar a profundidad la reproducción de los gusanos de tierra; pero cuando llegaron al capítulo de la reproducción humana, la abochornada profesora les dijo: “Vayan a estudiar esto en su casa. No va a venir en el examen”. Por supuesto, nadie estudió.

Su hijo y su hija adolescentes tuvieron una experiencia muy diferente en la escuela en París. “Hay un enfoque directo y sin tapujos a la educación sexual. En una clase reciente que tuvo mi hija, a los estudiantes –hombres y mujeres– se les pidió que actuaran varias cuestiones de consentimiento con avances no deseados a los que dijeran que no. Tuvieron clases de violación, de masturbación, de enfermedades de transmisión sexual e incluso de posiciones para el sexo. Como resultado, yo siento que mis hijos no están apenados ni temerosos. Están mejor preparados para actuar en el mundo. Han aprendido que el sexo es un aspecto normal de la existencia humana que la gente necesita conocer”.

Ese conocimiento, esa comodidad, es muy francés, como lo son Macron y su esposa. La suya es una victoria liberadora.